Sí ya sé que sueno a apología a Brian Jonestown Massacre y a su David Bowie, I love you (since I was six), pero váyanse al carajo, no se me ocurre otra cosa.
Ayer salí y pinté las calles con la esperanza de que un millón trecientas cuarentaiocho mil seiscientas treintaicinco personas leyeran lo que escribí. Pero no importa si una o dos no lo leen, es decir tú y tu amiguit@ a los que no les importa lo que haga. De todas formas por la Javier Prado pasan un montón de carros y gente que no tiene nada que hacer mas que ir a trabajar o a estudiar o a hacer alguna otra cosa aburrida e inútil que a un jefe se le ocurra imponer en nombre del imperio y que obedecen porque son necesitamos el encuentro interfacial entre el sobrino y el tío abuelo.
Y toda esa gente-basura que habita esta ciudad conmigo va a leerlo y me va a obedecer a mí. ¿No es maravilloso? ¡Qué alegría, felizmente en la ciudad la gente no tiene cerebro porque se pasan todo el día viendo televisión y quejándose de sus miserables vidas sin hacer nada por cambiar! ¡Qué bien!
o la destrucción de las formas inquebrantables. Sobre cómo tres muchachos decidieron poner un puesto de pop corn en la avenida y de cómo las monjas chinas les preguntaron dónde quedaba el jardín oscuro de Schöenberg, ellos al ver que las uniformadas en el hábito de nuestro Señor Jeremías Equisto no llevaban peniques ni chibilines, las mandaron al desvío sin percatarse que el camino que les señalaron con desidia las llevaría a través del tortuoso sendero de una felicidad infinita.