miércoles, 16 de febrero de 2011

La entrada Nº 400

Y bueno, he estado inflando mis globos de carnavales estos días y los he dejado congelando en el freezer de la refri. Hoy me he sentido con ganas de asomarme por la azotea a ver qué pasa, mientras los rayos ultravioletas me arrancan trozos de alma por todos lados y como un marciano de lúcuma y he visto la hermosa putrefacción de una paloma de plumas sangrientas en la pista, una vez más.

Quisiera comprender todo de algún modo metódico, ya sea por fases o por lo menos por fragmentos complementarios chocolateados por la subjetividad esquizo que no quita el pie del acelerador.

Hasta hace unas horas tenía varias cosas que contar, pero el hambre vespertina me ha retraído en las ganas de leer el cross over de DC del año pasado, Blackest Night o dejar correr algunos capítulos de Naruto antes de quedar dormido.

De todos modos dejo este texto inconcluso para mañana acompañarlo con unas fotos que tomé el día del cual se hace referencia:

Conversaba con Kowalski, que luego me diría que pertenece a Pastizal, sobre escribir unas reseñas para algunos discos que en estos años ha sacado La Casa Ida pues algo en mi forma de escribir le había gustado, lo cual me llamó la atención y probablemente lamió mi ego. Sonrojado ni siquiera pregunté qué es lo que había leído y complacido acepté a cambio de unas fechas para mi grupo en los eventos que organizaran. Claro que al resto de la banda la idea no los sedujo en lo más mínimo. Y después de recordar que dan clases de edición de audio y video y toda la nota experimental mi interés se fue por esa rama. Del mismo modo, me invitó a que los visite el miércoles y conversemos junto a unos españoles de un colectivo que se presentaría el viernes. Qué bien, pensé, voy a conocer a gente nueva, me dije, sin pensar que conocería a unos terroristas del arte urbano o artistas del terror en la urbe o la ubre del rateo roto.

El miércoles fui con una gatita al tercer piso del edificio en Colmena al costado del cine Paris, donde está ubicada LCI y donde habíamos quedado en aventurarnos un fin de semana de este veranito y conocimos a Álvaro Pastor y a Kowalski que estaban con una chica de cabello rosado y un chico alto de polo rojo. Lo primero que pensé fue lo que ocupa mi mente estos días. ¿Qué va a ser de la Miguel’s Band? JC ya no quiere tocar con Marco y Marco tiene las canciones que ha venido editando desde hace meses con Marco Sanz, productor musical de Charly García, según dice entre las muchas cosas que dice y que nadie cree y que yo quiero creer, como creo en casi cualquier cosa que mi corazón absolutamente escéptico quiera creer, como por ejemplo un Dios que ha creado un mundo eternamente conveniente. Problema que podría solucionar editando yo mismo las canciones.

Al día siguiente, claro, una gatita se presentó a un puesto de trabajo que no le gustaba y nos comenzamos a tratar mal así que terminé en Galerías, pero Mukc y el Mono estaban con su jefe así que les conté lo del viernes y que habíamos conocido a unos españoles que hacían terrorismo urbano como el que hubiésemos querido hacer hace 3 años y nunca hicimos sino que solo nos quedamos a dormir drogados en la fosa de skates conversando ojetismos y gastando una lata de spray y un griffin robado de un Metro al paso.

Lola había visto en Madrid los ojos de Aphex Twin pasando a su lado dilatarse hasta volverse totalmente negros luego de que pinchara en un lugar lleno de gente entre la que caminaba para irse a su casa. ¿No podías tirarlo al suelo para darle un abrazo?, pensé pero “No podías meterle cabe”, fue lo que dije. Imposible, dijo ella.

En la espera de una cámara, Ceci Punk me pidió que compre una extensión de forma que todos los elementos de su pc tuviesen una fuente eléctrica. Anotó el número de RUC, la dirección y el nombre comercial de una de las empresas en un papel y me pidió que regresara con una factura, para que le devuelvan el dinero gastado. Preguntando caminé bajo la inclemencia del sol y lo compré a cuatro soles varias cuadras más allá. “Solo damos factura cuando la compra es mayor a cinco soles”. Cuando volví a cruzar el parque me quedé viendo el circuito de karts donde los niños se chocaban, unos manejando otros abrazando del cuello al conductor, lloraban los más pequeños con miedo a caerse y concentrados los más.

“Señor, para subirme a los carritos pe”, me dijo un niño que tenía una cajita de frunas. Bueno, pero chócalos a todos hasta que se volteen, está bien. Voy a llamar a mi hermanita para que suba conmigo. “Gracias señor”, me dijo su mamá. Y me quedé viendo el circuito, añorando una infancia en la que pudiese hacer eso todo el día. Qué le diría a Punk cuando al regresar viese su vuelto mermado y ninguna factura para sustentar su gasto. Que en el camino me compré un heladito.

El tema aquí es la cooperación en contraposición a la competencia, nuevamente la eterna rivalidad entre Darwin y Lamarck. Entre el materialismo y el espiritualismo. Entre la unidad y la lucha entre las partes, entre la reconciliación y la enemistad con el enemigo o Satán como se le dice en arameo.

En la oficina ya no me hablo con nadie. Mejor. Un jardín de arena. Silencio.