miércoles, 27 de enero de 2010

El día del amor en Chota (¡Vamoh pa Chota, familia!)


Tiresias, el que continuó profetizando desde el Hades, había sido regalado de un bastón por Zeus, además de una sobrehumana videncia de la continuidad del espacio y del tiempo y una vida felina equivalente a la longevidad de siete generaciones, tras haber sido castigado por la esposa del presidente del Olimpo, Hera, quien no quiso creerle que la mujer goza nueve veces más del sexo que su jinete, y no solo no quiso creerle al único hombre griego que pasó siete años de su vida convertido en mujer y que por lo tanto ofrecía su consultoría con conocimiento por experieciencia al rojo vivo de la carne, sino que lo castigó con ese terrible designio; que es para hombres geniales como Homero, si en todo caso alguna vez existió, y Borges; la brumosa barrera que los separó de la mal llamada realidad; el virtuoso don de no ver lo mismo que ve el resto, esa masa anónima de malformados vulgares, si no lo real, la "verdadera realidad", la mismo de ayer, hoy, mañana y siempre, la necia, la noble, la mística ceguera.
El único hombre que mata serpientes cuando las encuentra apareándose en las faldas del Cilene, a pesar de descender genealógicamente del diente del dragón Cadmo y que fue cegado por Atenea; guardiana y protectora del saber y la prudencia, mucho tiempo después de haber nacido de un hachazo en la frente del padre de los Dioses; con yelmo, lanza y armadura dando un bramido de guerra; al pillarlo atisbándola desnuda mientras se duchaba; y quien a su vez lo compensó con el don de la profecía.
William Burroughs sigue siendo considerado el Tiresias de la edad espacial, aunque con Dalí, desearía llamar a esta peculiar fase del desarrollo humano en su paso por este planeta: atómica y no espacial, dado a que es más probable que muramos todos achicharrados por petardos radioactivos antes que logremos escapar de este mundo como una tribu de jipiosos cogidos de las manos en naves espaciales con la disposición mental de un Tiresias obligados a la exploración de lo imposible.
"Moriré contenta", dijo Tiriesia.

Kinski sobre los punkis:
Son niños. Niños inocentes que viven en una sociedad en la que están prohibidos los juegos fruto de la fantasía y el espíritu soñador de los niños. Viven en un mundo encallecido, que no les escucha, no les presta atención. Quieren hacerse notar, ruegan, suplican que alguien se interese por ellos. Me parece oír sus gritos. Sus sollozos. Un día, esta sociedad embrutecida y perversa de los "adultos" se asombra de que uno de esos niños arrinconado se subleve.
En Inglaterra, esos cerdos de policías se dedican a aporrear en la calle a los punkis. ¡Pegar a unos niños! ¡¡Niños!! ¡Lo más hermoso y sagrado que posee la humanidad! ¡La fuente de sus energías, su oxígeno! ¿Su selva tropical, sin la que no podría existir! ¡Si los niños gobernasen el mundo, no habrìa más odio ni más guerras!

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