lunes, 31 de octubre de 2005

Manual para flotar

Creen que el mundo no puede dar mil giros en un instante. Pero aún no han visto nada. Ser adolescente es, de hecho, saber que cuando das una vuelta bailando con tu pareja y ves a todo el mundo; vuelves a verla y no es la misma. Es otra, nunca vuelves a ser el mismo. Ella corre hacia ti y te dice vuelve, pero ya te has ido.

Las primeras veces aseguras que nunca volverás y les dices a todos: “nunca, nunca voy a volver, los odio y odio el mundo que vivo con ustedes, que no existen. Los odio y no quiero volver a ver el mundo que ustedes ven, ni quiero hablar con las mismas palabras con las que hablan ni quiero ir a las mismas fiestas, porque me aburren.” Nunca te lo dicen, pero todos saben que eres un tío bien aburrido y un tímido y no les importa si eres uno de estos chicos que nunca maduran y siempre tienen esta sonrisa de idiota porque siguen siendo unos niños simples que no se complican con nada. Pero pasan las personas-años a tu alrededor y te vas complicando todo y te evades cuando el miedo que tienes a vivir como los demás es demasiado grande. No puedes más y deseas estar muerto todo el tiempo o irte a otro sitio, como si en tu huida vislumbrases a lo lejos una salida que es un retorno y una posibilidad de eternidad nostálgica de todo lo vivido. Deseas ser invisible y no tener un cuerpo que arrastrar por el mundo. Eres un horrible, en las fiestas siempre solo, en el mejor de los casos ebrio vomitando en el baño y asombrado por cómo has regresado a casa y dormido en tu cama. “Increíble”, dices luego: “cómo es de sabia la naturaleza que siempre retorno, aún cuando lo que deseo es quedarme muerto en una vereda y no seguir en esto”.

No hay nada que decir. Cuando me siento a escribir me pregunto: ¿qué es aquello que debería decirle a todo el mundo? Hoy he estado todo el día pensando en que tengo algo muy importante que decir. Pero llegado el momento del “decir” me olvido de todo, como si la mente de este sistema cobarde, que siempre trata de defenderse, saliera a relucir sus estandartes oscuros y su silencio confuso. Sin embargo es falso, ese algo que deben escuchar existe. Lo escucho siempre cuando estoy viajando solo a pie o en carro, llega a mis oídos más íntimos en forma de dulces y suaves voces que hablan del futuro en historias distorsionadas hechas de hilos que se tejen y se destejen y visiones que me muestran los paisajes más bellos.

Suenan lejanas y nocturnas. Me hablan cuando veo la luna. Viéndola llena, acariciando, flotando en las nubes moradas es más fácil escucharlas. Viajan en rayos de plata y caen entre mis ojos, me atraviesan el cráneo y hablan conmigo de una forma muy secreta y oscura. Hablar con ellos es casi como hablar conmigo mismo. Las historias que me cuentan son sueños. Soñarte es mi trabajo, extraño ser hecho de texto.

El mundo está construido de sueño y olor. Plaza Francia a las 6 de la mañana y todos tus amigos con la cabeza grasosa y las miradas perdidas, casi bizcos, sonriéndole a nadie con un índice levantado como si fuesen a decir algo, pero no dicen nada. Buscan una panadería donde sacar bajada y engullírsela sentados en una banca, esperando a que pase un carro en el que te metes con otros dos que toman la misma ruta y vomitan el tamal, los panes, el ron, el vino, la chela y toda la mierda que se metieron en la “fiesta”. Forman un río enfermo de coágulos de alcohol y comido que no llegó a convertirse en mierda . Nadie les dice nada, ni siquiera el cobrador. “Aquí todo el mundo hace su trabajo, usted cobre y déjenos pudrirnos.” Un sol y no les reclama porque ya está acostumbrado a ese tipo de espectáculos en descomposición. Arequipa, Arequipa, Wilson, sube sube, pisa. A veces te despiertas con golpes y manotazos torpes y oyes la voz de uno de tus amigos que te dice: “baja acá, ya llegaste a tu jato, tío”, y le dices: “no jodas” y te vuelves a quedar dormido. A veces ninguno se despierta y terminan en un sitio desértico. Compran más ron, cagándose de risa, sin pensar que están vivos y que algún día todo va a terminar y que mientras tanto hay muchas cosas que hacer, que hacen las personas comunes y corrientes. A veces te despiertas y te despides de tus amigos que están peores que tú y se dan las manos asquerosas y te preguntas “¿pero dónde van a quedar sin mí?”. Te quedas en la combi y duermes sabiendo que algún día se detendrán y estarán sobrios y podrán regresar a sus casas, almorzar, dormir y ser humanos “comunes y corrientes”. Mientras tanto continúan estas vacaciones de mitad de semana, de mitad de mes, de mitad de vida y que todo se vaya a la mierda y se acabe porque todavía tienes un troncho en un bolsillo y 5 lukas para comprar más trago en el otro.

Porque la chica más hermosa del mundo no piensa las cosas que te gustaría que piense. En ti, por ejemplo. Ni piensa que el mundo puede acabar en cualquier instante si tú y los vagabundos de tus amigos un día decidieran que ya nada vale la pena y se ataran todas las bombas del mundo y todas las que podrían hacer con el anarchist’s cookbook, y plum destruyeran esta civilización que odias.

Sabes que lo que estudias no sirve para nada, solo para satisfacer tu excéntrica curiosidad, esa sed insaciable. Que lo que te gusta hacer es mediocre y nadie lo aprecia: la música que improvisas, los cuentos que escribes. No se puede. Quiero destruirme por completo. No quiero existir aquí ni en otro lugar.

sábado, 29 de octubre de 2005

La vida es una falsedad enferma y triste y a casi todo el mundo le gusta vivirla así. ¡Qué bien!

No tengo tiempo para nada ni siquiera para dormir en las combis. Ni para tocar con uña, cuando nos juntamos para hacer música en la sala de ensayos, solo llego grito un poco y me voy. No tengo tiempo para pensar mientras estoy en la clase rodeado de manos que escriben en cuadernos con páginas anilladas. No tengo tiempo para escribirte, porque no tengo tiempo para nadie. No tengo tiempo para ser feliz ni sonreír, porque estoy demasiado ocupado haciendo cosas demasiado importantes para personas con vidas demasiado hiperbólicamente exageradas que están haciendo cosas todo el tiempo.

No tengo tiempo para prestarle atención a los aviones porque la música me tiene en otra al caminar del paradero a mi casa. Mucho menos puedo estar tranquilo conversando en una banca porque tengo que pararme e ir siempre a otro sitio para descubrir que estoy tarde para llegar al siguiente. No tengo tiempo para soñar, porque en dos horas a penas se puede pestañear para continuar al amanecer con las mismas cosas absurdas que se hacen todos los días, comer sin tiempo para saborear, hablar sin tiempo para conversar, caminar sin tiempo para pasear, mirar sin tiempo para contemplar, ir de un lado otro sin tiempo para viajar, y atravesar la realidad sin vivirla de verdad.

lunes, 24 de octubre de 2005

Más de lo mismo

Ya nadie lee. Ese libro inmenso cae en la oscuridad por un periodo de mil años más. Bienvenidos a la segunda edad media. Adiós humanismo, adiós locura, adiós mundo. Hola caos, hola autoritarismos, hola ignorancia y oscuridad. No se pierdan. El mundo está renovándose. Les estoy contando una historia que podría ser la vuestra. El ser vive la historia. Pero no hay otra forma de vivir la historia que contándola. Pues en toda narración hay cosas que se cuentan y cosas que no se cuentan; y se consideran dignas de interés y atención aquellas que se cuentan y deshechables y olvidables las que no. Así que esta historia,  que es nuestra historia, no es algo que comienza en un momento dado y termina en otro. Es un continuum de experiencias, asociaciones, sueños y cosas ilógicas. La existencia es una pintura surreal, inmediata, sincrónica, dialógica en la que en un momento se pueden vivir todos los momentos y en todos los momentos se puede vivir el mismo instante.

Hace mucho me respondí casi ahogado entre mis propias lágrimas y desesperado en la azotea de una casa que no era mía y ensucié mi guitarra con mi saliva y mis mocos y no podía parar de llorar por la emoción de ver la luna tan llena y sentía el corazón en la garganta y el cerebro totalmente vacío y los pies y las manos heladas y un dolor en el esófago que no me dejaba respirar como si de un golpe de estos en la boca del estómago me hubiesen dejado sin aire. Era de noche y los micros que pasaban por la avenida se escuchaban hasta el quinto piso en el que estaba y ya no podía seguir tocando porque la voz no me daba y comencé a toser y la guitarra se calló y cada pequeño ruido de vocina o grito Bolívar Bolívar Cuba Universitaria, me producía un susto pequeño y triste como el que sentía cuando era niño y despertaba luego de una pesadilla y gritaba mamá, y ella aparecía y yo le contaba mi pesadilla y le pedía que se quede a dormir conmigo y se quedaba hasta que volvía a quedar dormido y luego se iba. Pero no había nadie en esa azotea y estaba totalmente solo, bien lejos de casa. La oscuridad en ese cuarto era total, pero de todas formas apagaba la luz; no siempre, pero cuando había llorado como esa noche. ¿Por qué llorabas? No sé, solo sentía que estaba solo y aburrido y que de eso se trataba la existencia y estaba harto de que se juegue conmigo de esa forma porque pensaba que era cruel. Pero de pronto cuando de dolor juntaba mis manos y las ponía sobre mi corazón, pensaba en todas las personas que como yo estaban solas, pero no en una casa, no en un cuarto, sino en las calles y en los parque y que no eran chicos de veinte años, sino niños de siete o cinco años, corriendo los espantosos peligros callejeros de esta ciudad malévola. Y ya no podía más con ese dolor. Porque aparecían los rostros de esos viejos olvidados por todos que deambulan por las calles en un universo paralelo al nuestro.

Prendí un cigarro. Esas noches llovía, había luna llena. Y yo la miraba como si viese mi hogar, como si mi verdadera familia me estuviese esperando allá en una fiesta. Me dolía pensar que también ellos, mientras permanecía acá con tantos miedos que a nadie le importaban, me estaban olvidando. No hay un lugar para mí en este mundo ni en la luna. Juntaba mis piernas porque el frío era mucho, las gotas de lluvia se mezclaban con mis lágrimas y limpiaban mi rostro rojo, mi pantalón mojado. Luna hermosa. Cielo hermoso. Quiero irme a otro lugar, con una familia que sea como yo. Recordé los momentos felices que pasé con los sacerdotes del humo en los parques cuando aullábamos de felicidad. Lo que hubiese dado por ser una lechuza y esconderme entre los árboles mal iluminados con esos ojos inmensos y ese cuello que da vueltas para todos lados.

¿Kraftwerk = hacer-trabajo?

El libro es metálico: crisol de humo uranio, nicotina y acero; música industrial insana, cobriza y proletaria; sus constructores son personas, que desearían estar dormidas, pero que nunca se darán cuenta de sus deseos más profundos. Subes a un automóvil temprano, de lunes a viernes, con un poco de sueño y flojera atenuada por el café, la coca o las bebidas energizantes y pasas por la Javier Prado soplándote un atolladero tras otro para llegar a la hora de entrada a esa ballena en cuyo oscuro estómago transcurren tus mañanas y tardes. O sales de tu casa más tempranito para avanzar con las cosas que habías dejado pendientes el día anterior, perdiéndote de ver la primera sonrisa de tu hijo en la mañana o su primer refunfuño y te pierdes también de preguntarle el porqué de ese gesto, cuya respuesta te habría hecho reír por su simpleza e inocencia: “es que hoy no quiero ir con uniforme y quiero ir con buzo al colegio, estoy harto del uniforme”, “es que me duele la barriga" (nakever, mentira, puro floro, lo que pasa es que ayer le habló a la chica que le gusta y ella no se dio cuenta de la trascendencia ni de la magnitud del tal evento, pero no te va a decir eso, -no puede, el libro inmenso dice que no-, sino que solo te dice que le duele la barriga y que hoy no quiere ir, pero sales temprano de tu trabajo y no te dice ni eso porque tú no le has preguntado nada que valga la pena como: "¿qué sientes?" o "¿en qué estás?" o "¿qué quieres hacer?", así como tampoco te dirá cuando tenga 15 años y esté saliendo todo el día de la casa, que le invitaron marihuana y fumó y que quiere pasarla relajadazo abrazando a su enamorad@, perdid@ en el tiempo, sintiendo que es joven y que el tiempo es lo que menos importa porque se puede desperdiciar en caricias. Que el tiempo, ese ser tan respetado por ustedes, los adultos, no sirve y es deshechable mientras esa piel roce la suya, y que ya no se divierte contigo ni con cualquier otro miembro de la familia como antes, sino con ella o con sus amigos con los que se droga). Pero de todas formas te miras sonriente en el espejo y te pones esa ropa hecha de corbatas y faldas que sirve para que no te vean feo en las calles, sino más bien para que te veas igual a todos e inofensiv@ y no puedas hacer nada que vaya en contra de las reglas que, por cierto, nadie nunca ha enunciado. Reglas que todos creen dadas por la naturaleza, por Dios o por cualquier otro mito, porque están escritas en el libro inmenso, el libro del padre que nadie jamás se atreve a desobedecer, de las mitologías que nos dedicamos a masticar nosotros los críticos, los que todavía podemos criticar. Palabras que tenemos cogidas entre las mandíbulas sin poder darle un mordiscón que se note, si no que apenas la pudrimos por aquí y por allá, como arenisca desapercibida o publicidad below the line tirada por el repartidor en una calle para que el camión de la basura la recoja.

"y nadie ve a estos tipitos de entre 18 y 25 años colgados de mandíbulas en este libro manzana, que tiene demasiado cagados del cerebro a los habitantes del mundo."

Sales de tu casa con un dolor en el corazón, que no sientes, porque nadie nunca te ha explicado cómo son en verdad las cosas. Es como una mesa de desayuno silenciosa, como cualquier habitación llena de personas que no hablan, como una prisa por irte, como una incomodidad que nunca sientes porque te viene con la rutina (pero no ves a quienes se ríen de ti por hacer todas estas cosas idiotas), un dolor terrible e inmenso que te cierra el pecho (una herida de la que se alimentan esas alimañas), que te enferma, pero que nunca sientes. Muchas veces lo ocultas con una sonrisa de espejo y te engañas: “ya faltan dos días para el fín de semana, al fin jueves”. Pero, lector(a), es un engaño dos días no es poco tiempo. Dos días es un montón de tiempo. Tu existencia se está desperdiciando. Te diría lo que le dirías a tu hijo: “estás desperdiciando tu existencia, si supieses lo que haces no lo harías más.”, pero estamos muy lejos. PERO ADEMÁS, LECTOR(A), ESE DOLOR ESTÁ AHÍ PORQUE SABES QUE QUISIERAS HACER OTRA COSA, PERO desgraciadamente TIENES QUE IR A TRABAJAR Y HACER COSAS. Y LO QUE TE DUELE MÁS ES EL PUÑAL DE NO SABER QUÉ ES ESA OTRA COSA QUE QUISIERAS HACER, PORQUE HASTA AHORA NUNCA LO HABÍAS PENSADO A PROFUNDIDAD. De poder hacer tú mismo el mundo lo harías igual a como está o peor, en el mejor de los casos.

En las pistas (esos señuelos que te invitan a seguir tu viaje hacia lo desconocido), las esquinas (encrucijadas que se abren como posibilidades ignotas), los semáforos (autoridades del orden urbano y signos de la forma de vida que has escogido para ti, a los que obedeces diariamente sin darte cuenta, como todos esos otros que se mueven por el mundo como tú, sin darse cuenta de nada, como ovejas enfermas y tontas), tu cerebro que hoy despertó con la posibilidad de ser humano vuelve a ser golpeado con noise: camiones anvibiolentos, pisadas raudas y paranoicas pisadas y pitazos esquizoides de policías de tránsito “¿estaré bien o no? No me importa, mientras no me vea el policía”, bocinas vibioladoras, enloquetrecedoras, maquiladoras, taladroides, mezclatupefacientes, cúrsiles radioterapias, televisivos lavados gástrivos y vomitivas apologías publicitarias a la violencia autoritaria y la violenta autoridad y miles de voces que suenan como el murmullo de un ser de miles de cabezas que te aturden y no entiendes o no llegas a entender del todo (te contentas con lo poco que entiendes y piensas que no es poco, sino que es lo suficiente y lo suficiente está bien, ¡pero es mucho más difícil y complejo que eso!), obras de construcción, pero sobre todo de destrucción, manos que botan botellas de plástico por las ventanas de los autos y los micros; gente de mierda, que te grita porque conduces mal, porque cruzas mal las pistas, porque simplemente te quedaste mirando las palomas y casi te atropellan o TE GRITAN porque estás parad@ en un mal sitio, por ejemplo, detrás de un auto que quiere salir; miradas que no soportas porque tienes esta mini que te queda ceñida y el escote que luces jala las miradas mañosas de estos cholos que han invadido la ciudad y quisieras que hubiese una cortina entre ti y los demás que ya parece que con sus miramientos te arrancasen pedazos enteros de músculos, grasa y nervios y que con sus lenguas los recogiesen para masticarlos, porque te dicen cosas horrísonas que te excitan y que desearías no oír y dices irónica: “desearía no tener tan (buen poto)(buenas tetas) y no tener que ser vista por esos asquerosos arrechos, ajjjj”. Pero llegas al trabajo o a la universidad o al colegio o a cualquiera de esos sitios a los que irías con menor asiduidad si pudieses hacer tu vida de la forma en que te diese la gana. Y tu cerebro cansado cae inconsciente en un sopor tibio. Ya estás dentro de la ballena. Absorbid@ por un fantasma.[I might be wrong. I might be wrong. Agito mi cabeza frente al espejo no puedo estar escribiendo esto, no puede ser que me haya convertido en Jonás, el que habitó la oscuridad escapando del peligroso designio de Dios.] Mis amigos de infancia me dicen: you used to think. Ahora me miran con lastima, algunos con mofa. Pensaban que sería alguien, pero se han dado cuenta que seré nadie o, lo que es lo mismo, alguien sin dinero, con un enorme fracaso y una herida en el bolso y en la sombra.

Te han dejado abandonado y solo en medio del caos, en este encuentro enfermo de los robots esta convención de androides viajeros en el tiempo, que, como tú, pueden ser descritos como personas “comunes y corrientes intentando sobrevivir amargamente” o como perros “andando alegremente, moviendo la colita”. Pero cuando la soledad de casa vacía, familia que se ha ido y te ha dejado porque despertaste tarde y están cansados de esperarte y saben que te demoras todo lo que te da la gana para entrar a bañarte y nadie te llama por teléfono para decirte qué hacer, adónde ir, ni te conectas a Internet porque ya te has aburrido de conversar por el msn siempre con las mismas personas que ya no tienen nada nuevo que decir; la empleada se ha tomado el día libre y no suenan los huaynos que te suelen despertar a las 5:30 de la mañana todos los días. No hay nadie en la casa y no quieres poner música, porque te sientes un poco triste y vací@ y te preguntas qué quiero hacer, qué quiero ser. Soy solo yo y nada más, no esto que tengo en los bolsillos ni esta ropa que llevo puesta ni siquiera este cuerpo bello, fuerte, esbelto y joven para algun@s y feo, débil, desproporcionado y viejo para otros, solo atinas a responder con frases como: “quiero un auto del año” o “quiero una casa en una zona residencial” o “quiero unas vacaciones en las Bahamas” o “quiero algo simple”, en la misma línea, pero con franca e infinitamente mayor simpleza “quiero más dinero, un mejor sueldo”. O unos deseos un poco menos materialistas y de pronto más humanos como: “quiero quemar esta grasa, estirarme los pellejos, hacerme un piercing, un tatuaje, cambiarme el color del pelo, ir al gimnasio, ser más bell@, ser más joven, ser más atractiv@, llenarme el alma de prótesis tecnológicas y de ser posible abandonar el cuerpo y ser una ilusión, un holograma con inteligencia artificial, un constructo hecho de polvo, de pequeñas máquinas nanoscópicas”. ¿Qué quiero? Asalta esa pregunta en el sofá o sobre la cama en comerciales, cuando vas al baño, cuando tiendes la cama, y no hay nadie que te joda con tonterías y preguntitas y preocupaciones, y no quieres nada, pero quisieras querer algo. ¿Qué quiero? ¿Estoy yendo hacia lo que quiero o me estoy alejando? Eres presa de las preguntas que hacen que este encuentro enfermo anual de los robots tenga algún sentido. Algún día diré, en definitiva, cuál es el sentido y el significado de todo este vagabundeo, pero tendrá que ser en otro post, porque este ya está muy largo.

Querido estudiante de literaturología:

Érase una vez, un principio, un (n)(m)udo y un (des)(multi)enlace; un punto climático (que no existe), que el lector o lectora (que tampoco existe) considere pertinentemente como el momento más álgido de la fábula o historia narrada (pero que silenciosa pasa desapercibida). NO HAY HISTORIA. Hay solo un lector que es quien inventa la fábula, siguiendo las huellas de esa presencia andante que es él mismo. Todos los cuentos comienzan con unas cuantas palabras, un engaño que reza: “esta historia comienza acá”. El lector ingenuo cree que en efecto la historia comienza ahí. “Desearía volver a ser un lector ingenuo”, diría más tarde el profesor de Teoría Literaria 2, cuando dictando su clase sienta que no sabe por dónde comenzar su explicación acerca del uso literario del lenguaje: “la generación postheideggeriana que participó y protagonizó las manifestaciones de mayo del 68...”. Mi nou entender. No importa, al profesor no le importa. Sólo ha venido a dictar su clase, no a conversar con nosotros, porque no le importamos. No somos sus amigos para preguntarnos si estamos entendiendo. No quiere saber qué entendemos porque no tenemos una forma fácil de explicarle lo que hemos entendido. Somos niños y bisoños y si nos preguntan si hemos entendido responderemos sí o no. Pero nuestra timidez nos hará responder que sí para evitar esa ácida segunda pregunta que sería “¿Qué es lo que no has entendido?” “¿Si no he entendido nada cómo le puedo explicar qué es lo que no he entendido?” “No puedes venir así a la clase, sin saber nada. Tienes que venir habiendo leído aunque sea la bibliografía básica del silabo, aunque lo óptimo sería que leas todos los libros que he puesto ahí o al menos los fiches y les des una revisada, para que sepas a dónde recurrir cuando tengas dudas. Cuando tengas preguntas vienes a la clase y las formulas y yo intentaré darte alguna respuesta, dado que tengo más lecturas que tú y mis esquemas te podrán ayudar y orientar en tu lectura”. “Mmm, sí tiene razón”. Bueno igual no entendí nada. Y no pude decir lo que pensaba: “me gustaría algo más introductorio para meterme con pasión y arrobamiento en estas cosas maravillosas y geniales de las que habla el profesor”.

Sales de clase y vuelves a entrar, pero con los ojos un poquito rojos. Como si ese duchazo con agua helada que te diste en la mañana, cuando recién saliste de la cama, no hubiese servido para nada. Te sientas en las carpetas del fondo. Cuando está a oscuras sientes que hay alguien caminando detrás tuyo, a veces alguien abre la cortina e incluso la ventana. Pero no hay nadie. Mientras, en clase el profesor sigue disparando datos historiográficos y hablando sobre lo que se debe hacer, lo que debemos hacer y lo que se hará en el futuro. “Ya no habrá un nuevo Vargas Llosa, luego del boom no creo que alguno de ustedes salga a la fama por escribir una novela como 'La guerra del fin del mundo' o 'Cien años de soledad'. Pero quién sabe, tal vez cuando tengan 80 años regresen a esta universidad a recibir un reconocimiento por la importante labor realizada en el campo de la crítica y de la teoría literaria. Dado que después de la explosión creativa que significaron las vanguardias del siglo XX y seguirán significando las del XXI, a través de millones de autores anónimos que publican su literatura de forma gratuita en la Internet; ustedes, que estudian la sin par teoría literaria en la escuela de literatura de San Marcos en Lima, en el Perú, en Latinoamérica, en este mundo y que son el futuro de la humanidad decadente que vemos a diario por las noticias y en la calle; podrán describir, replantear, reorganizar y racionalizar el panorama cultural, sobre todo el de la producción literaria.” Serán eruditos, unos Erudos chiquitos y van a estar pegados a los libros como parásitos.

Hay un libro gigante y de lejos se ve como invadido por un cáncer. Ustedes son el cáncer. Corpúsculos con mandíbulas gigantes, que nosotros le ayudaremos a desarrollar para que se adhieran lacerantes al enorme libro. Quedarán inmóviles, como apéndices podridos de “el libro” que hemos venido a destruir. Con el tiempo masticarán (son inútiles, pero nosotros les tenemos que hacer creer que sirven para algo, para que les crezca más y más esa mandíbula ávida que todos tienen para morder, para comer y matar, para vivir) ahora no pueden hacerlo porque son los chicos que dentro de la sociedad se han desdentado y quieren estar muertos para no morder nada, para no matar ni comer, para no hacer nada. Son nihilistas y alpinchistas y no merecen estar en esta universidad. Nos renegaba con odio.

Lo que soñé la vez pasada

Todos los sueños se mezclan en uno. Usted, que sueña con un mundo mejor, con un sueño como el que tuvo esta mañana y que no entendió. Me pides que, como escritor, ponga aquí un ejemplo de aquel sueño. Pero no puedo. Porque son miles. Miles de personas leyendo aquí, miles de sueños para las miles de mañanas en que sea leído esto. Puedo contarles el sueño que tuve y de esa forma mostrarle como se fue mezclando con los otros sueños, que he tenido y que tendrás.

Soñé que mi madre heredaba una gran fortuna y todos me preguntaban cómo gastaríamos ese dinero. Aparece una mendiga y me pide unas monedas. Mi madre les da una a cada niño que venía con ella y les dice de forma ruda que se larguen. Mi sorpresa no cabe en mí de la impresión tan poco amable de mi madre y en mi intento por reponer la afrenta a esos pobres mendigos pongo mi mano sobre el montón de monedas que había al frente mío multiplicándolas con el simple toque de mis dedos. Tomo un puñado y se lo estiro a la vieja que al tocar mi mano con sus largas uñas descarga una fuerte corriente eléctrica en mis brazos. Grito. Estoy en otro sitio en la misma mansión que habitamos por herencia mi familia y amigos. Natalia, mi prima, llama a Valentina y Nicolás. Nicolás es un enano barbudo como Papá Noel que baja por unas escaleras junto a su mujer Valentina otra vieja que, como él, viste de rojo y a la usanza rusa, una pañoleta en la cabeza canosa, rostro arrugado y bonachón, pero extraño como de gnomos de ojos pequeños y con anteojos. Nicolás llega a nosotros pero gigantesco y me da la mano que tomo con respeto, como quien le daría la mano a un globo aerostático. Luego un señor me conduce por un portal largo que desemboca en una colmena y me dice: esta es la oficina de su sello discográfico. De acá han salido editadas las mejores bandas del mundo y las suyas también. Todos felices. En las paredes hay muchos discos de vinilo, pero que brillan como discos compactos con los nombres que yo les pongo a los discos que quemo de mp3. Quedo contento. Finalmente, he dejado de huir de todas esas personas que me atosigaban de golosinas a la hora de almuerzo y ese resto de amigos y parientes que me preguntaban qué voy a hacer con el dinero. Finalmente, pido que cierren la puerta porque voy a tocar, con la esperanza de que una banda me espere dentro para empezar a improvisar. De todas formas me gustaron las partes en las que me llegaban los mozos en patines con bandejas de plata e iban entre las personas ofreciendo unos deliciosos tallarines en salsa de gomitas de ositos y otros guisos de dulces, bolitas de colores y turrones de doña Pepa, nunca me había sentido tan empalagado en un sueño. Otro rato memorable fue cuando estaba en un baño gigante y todas las chicas que me han gustado entraban una por una a conversar en las duchas conmigo y mirarme mirándolas. Todas me preguntaban qué iba a hacer con todo eso y lo rompían todo, porque yo sólo decía: no sé, no sé, no importa, sólo mírame, hasta que nos perdamos uno dentro del otro. No sabía qué iba a hacer con mi herencia, durante todo el sueño estaba pensando en cómo deshacerme de ella, quería dársela toda a mis viejos para que ellos se ocupen y me dejen vagar.

Soy un inmaduro y un estúpido, pero tengo sueños que me hacen desear estar dormido todo el tiempo.

domingo, 23 de octubre de 2005

Te amo, pero he escogido la oscuridad, gran banda new post punk

He pasado 6 trippy months viéndote al menos cada semana, tratando fuerte de hacerlo cada día. Como un limón invisible, me siento verde, ácido, amarillo, verano, limonada, dulce, frozen, detalle alegre que se deshace entre los dientes como el caramelo que no muerdes, y se hace imperceptible como el almuerzo estresado en la mesa de secretarias simpatía y colegas burócratas, imprescindible aunque muy fácil de sustituir. Paranoia, la alucinación de que me están viendo ser un idiota con los huevos revueltos y con el sueño aterrador de no despertar nunca. La gente es muy mala; y yo, una flor en medio de un terrible campo de batalla. Humareda otoñal, bosques cruzados con resplandores de bayonetas. Tu sonrisa es el agua del cielo en medio de toda esta matanza y toda esta sangre y el silencio roto por teléfonos mugrosos que suenan como metralla y voces que parecen impartir los decretos fatales de soldados de plomo cayendo uno tras otro sin entender, sin replicar, como máquinas sin derecho a responder-resistir. Eres la lluvia por la que vivo y seguiría viviendo en este sitio horrendo, mi esperanza, eres una de las tantas sonrisas de mi madre.

Tu rostro es un oasis. Cada día más estúpido. Tu rostro me vuelve idiota. Tu rostro me vuelve idiota, muy idiota y débil. Verte me da ganas de desaparecer y ser invisible. "No me veas, porque soy horrible y no te merezco". Demasiado romántico, pensé que eras un ángel real, de verdad, no es una mentira, no es una ficción, es lo real, es lo verdadero, pensé que eras un ángel y cuando te veía pensaba que mi alma se salvaba y que no habían más motivos de preocupación y angustia. Que el tiempo ya no importaba, es cierto, yo te amaba. Un hermoso signo de algo nuevo, un signo del futuro; aterradora como una guerra mundial y millones de muertes en un detonar. Mi abuela ha muerto y ya no trabajo en una transnacional. En estos meses y en los que vienen desearía no hacerlo en ningún lugar. Nadie me entiende. Me siento cada día más sucio, como si una capa enorme de inframundana rareza me cubriese por completo impidiendo con un avezado aire de trapío y casta que las personas me vean. Creo que es solo que no tienen estos ojos para ver más. Les falta la habilidad increíble para ver en la oscuridad que tengo. Les faltan estos ojos para no ver.

“Eres la chica más linda del mundo. Y no voy a hacer nada porque soy un cuerpo muerto que ha perdido las ganas y desea morir pronto. Soy un inútil y me odio y desearía estar muerto y nunca más volver a vivir. Porque lo he echado todo a perder y porque, a decir verdad, nunca tuve la oportunidad de ganar. Desde que llegué no he dejado de perder. Me parece injusto e injusto. Porque aunque me queje nada va a cambiar.” Pequeño B., miraba sus zapatos y nada lo detenía, era un milagro que los autos no lo atropellaran. Pequeño B. tiene una musa, es decir alguien en quien pensar cuando no tiene nada en qué pensar y que se cuela en esos instantes en los que se concentra para hacer las idioteces que tiene que hacer. Pero tiene miedo, porque ella es muuuuuy hermosa y él es solo un Pequeño B. Así que cuando la ve, solo siente una enorme sensación de impotencia e idiotez. Fuera de eso es un feliz Pequeño B., como lo es ella también, como lo son todos los que están a su alrededor, contestando teléfonos, abriendo y cerrando expedientes, yendo y viniendo del estacionamiento con zapatos de taco y ropa de vestir sin arrugas. Pero yo voy a salvarlo de esa devastación B.

Todos estos enmascarados van de trinchera en trinchera, avanzando unos pocos metros cada vez, para evitar el gas asesino. Y no me ven, es decir, me ven, pero no pueden ver lo bello, solo lo que les han ordenado-enseñado. Ven órdenes, pedidos, cárdex, formularios y obediencia animal, doblegación irracional al mandato de la billetera abierta, rebalsando nata como olla de leche hirviendo. Soy solo parte del enmarañado fondo espectral de batalla, me gustaría tener voz para decirles que han perdido pero no me ven. Sólo están preocupados por sus vidas y nada más. Entienden todo demasiado bien, como para entender a la perfección, a cabalidad. Viven en mundos de posibilidades limitadas y perspectivas inmóviles y muertas, son soldados rentados por mi padre para su divertimento y el de nosotros, sus hijos favoritos: los observadores silenciosos.

Te amo, pero nunca voy a salir de este silencio oscuro y vacío en el que estoy. Aunque todas las noches sueñe con esas luces que echarían tus ojos sobre los míos si con palabras cruzáramos esa angosta línea que nos tiene divididos para siempre.