Todos los sueños se mezclan en uno. Usted, que sueña con un mundo mejor, con un sueño como el que tuvo esta mañana y que no entendió. Me pides que, como escritor, ponga aquí un ejemplo de aquel sueño. Pero no puedo. Porque son miles. Miles de personas leyendo aquí, miles de sueños para las miles de mañanas en que sea leído esto. Puedo contarles el sueño que tuve y de esa forma mostrarle como se fue mezclando con los otros sueños, que he tenido y que tendrás.
Soñé que mi madre heredaba una gran fortuna y todos me preguntaban cómo gastaríamos ese dinero. Aparece una mendiga y me pide unas monedas. Mi madre les da una a cada niño que venía con ella y les dice de forma ruda que se larguen. Mi sorpresa no cabe en mí de la impresión tan poco amable de mi madre y en mi intento por reponer la afrenta a esos pobres mendigos pongo mi mano sobre el montón de monedas que había al frente mío multiplicándolas con el simple toque de mis dedos. Tomo un puñado y se lo estiro a la vieja que al tocar mi mano con sus largas uñas descarga una fuerte corriente eléctrica en mis brazos. Grito. Estoy en otro sitio en la misma mansión que habitamos por herencia mi familia y amigos. Natalia, mi prima, llama a Valentina y Nicolás. Nicolás es un enano barbudo como Papá Noel que baja por unas escaleras junto a su mujer Valentina otra vieja que, como él, viste de rojo y a la usanza rusa, una pañoleta en la cabeza canosa, rostro arrugado y bonachón, pero extraño como de gnomos de ojos pequeños y con anteojos. Nicolás llega a nosotros pero gigantesco y me da la mano que tomo con respeto, como quien le daría la mano a un globo aerostático. Luego un señor me conduce por un portal largo que desemboca en una colmena y me dice: esta es la oficina de su sello discográfico. De acá han salido editadas las mejores bandas del mundo y las suyas también. Todos felices. En las paredes hay muchos discos de vinilo, pero que brillan como discos compactos con los nombres que yo les pongo a los discos que quemo de mp3. Quedo contento. Finalmente, he dejado de huir de todas esas personas que me atosigaban de golosinas a la hora de almuerzo y ese resto de amigos y parientes que me preguntaban qué voy a hacer con el dinero. Finalmente, pido que cierren la puerta porque voy a tocar, con la esperanza de que una banda me espere dentro para empezar a improvisar. De todas formas me gustaron las partes en las que me llegaban los mozos en patines con bandejas de plata e iban entre las personas ofreciendo unos deliciosos tallarines en salsa de gomitas de ositos y otros guisos de dulces, bolitas de colores y turrones de doña Pepa, nunca me había sentido tan empalagado en un sueño. Otro rato memorable fue cuando estaba en un baño gigante y todas las chicas que me han gustado entraban una por una a conversar en las duchas conmigo y mirarme mirándolas. Todas me preguntaban qué iba a hacer con todo eso y lo rompían todo, porque yo sólo decía: no sé, no sé, no importa, sólo mírame, hasta que nos perdamos uno dentro del otro. No sabía qué iba a hacer con mi herencia, durante todo el sueño estaba pensando en cómo deshacerme de ella, quería dársela toda a mis viejos para que ellos se ocupen y me dejen vagar.
Soy un inmaduro y un estúpido, pero tengo sueños que me hacen desear estar dormido todo el tiempo.
o la destrucción de las formas inquebrantables. Sobre cómo tres muchachos decidieron poner un puesto de pop corn en la avenida y de cómo las monjas chinas les preguntaron dónde quedaba el jardín oscuro de Schöenberg, ellos al ver que las uniformadas en el hábito de nuestro Señor Jeremías Equisto no llevaban peniques ni chibilines, las mandaron al desvío sin percatarse que el camino que les señalaron con desidia las llevaría a través del tortuoso sendero de una felicidad infinita.
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