miércoles, 7 de noviembre de 2012

La transparencia política

La semana pasada me llamó este señor de la Municipalidad Metropolitana de Lima para que le muestre mis proyectos en su oficina, debido seguramente a que participé en el encuentro con los jóvenes de Susana Villarán y mencioné el poco apoyo que dan los municipios a iniciativas de ciudadanos que como yo quieren ofrecer un servicio innovador al público, en mi caso un taller de creación de literaturas híbridas. Como la semana la tenía complicada, le dije que el lunes y él me dijo ok, que lo llame cuando estuviera en la puerta para que me haga subir hasta el quinto piso en el que estaba. Cuando le pregunté qué cargo tenía o qué era no me dijo más que: “a la subgerencia de educación diles que vas”. Ok, le dije.

El lunes 5 de noviembre de 2012 lo llamé y me dijo que no podía porque era el día del trabajador y que iba a salir con los trabajadores y todo el mundo se iba a ir a su casa temprano. No entendí. Será el día del trabajador municipal, bienintencionadamente pensé dado que el día del trabajador es el primero de mayo que en nuestro país se celebra desde 1905, pero en fin. Quedamos para el día siguiente y me volvió a pedir que lleve todo lo referente a mis proyectos impreso, cuando le pregunté si se los podía enviar por mail me dijo que tenía computadora, pero no Internet.

Cuando llegué a la recepción, portería o sala de espera “en construcción” mal iluminada; con trabajadores haciendo pasar un buró por un angosto pasillo, gritando “a ver muévanse, muévanse” (cuánta falta hacen esas arengas en una voz autorizada) sin que nadie hiciera caso; gente buscando papeles en portafolios abiertos preguntándole al guachimán que respondía muchas cosas con cara de no sé nada, y cuatro o cinco ventanillas inoperantes tras una de las cuales un solo señor solitario sosteniendo su cabeza con un par de dedos en la ceja y el pulgar en el mentón, como si estuviese viendo porno en una 486 del año de la pera mirando a un lado y otro, esperando que nadie lo moleste; fui a que me comuniquen con el citado señor que llamaré Fujimori, para no dar su apellido real dado que reiteradas veces ocultó su identidad y porque a pesar del mal trato brindado, como la misma ciudad de la que es funcionario, me da lástima. En ese sentido me aproximé a la señora que estaba sentada en un buró más, al lado de esas cajas con celdas para documentos de identidad y pases en medio del pasillo que conducía a los ascensores y la escalera y por encima de la que pasaron los tozudos trabajadores llevando quién sabe a dónde un escritorio, me pidió su DNI señor, ¿con quién quieres hablar? Con el señor Fujimori de la subgerencia de educación por favor, he quedado en una cita con él para esta mañana. Levantó su anexo y habló no sé qué chismes con alguien, que la hizo reir, preguntó no sé qué cosas en voz bajita, me miró con cara cínica para seguir hablando, mientras un uniformado de seguridad le bromeaba al costadito apoyado en el escritorio y yo, un poco escéptico de todo lo que sucedía en mi surreal alrededor, llamaba al señor Fujimori para decirle que ya había llegado, que estaba abajo y que la portera no me dejaba pasar hasta haberse comunicado con él. 

En ese momento la señora, a quien llamaremos la rechonchita J, me dice “No me contesta, seguro está en una reunión” y el señor Fujimori me dice por el cel: pásame con ella. Le dije a la rechonchita J, me estoy comunicando con él y me dice que lo comunique con usted. No me dejan hablar por celular, por acá me tengo que comunicar, me respondió señalándome su viejo anexo con el mismo gesto cínico de todos ahí, como el de un señor que pasa por mi lado diciendo por el celular: seguramente no están haciendo nada, riéndose. No podía creerlo y tampoco tuve ganas de preguntarle ¿quién no la dejaba? El señor Fujimori me dijo que ya bajaba para ver eso.

Al cabo de un rato llegó, con la misma cara, vieja, cansada, ojerosa y sin ilusiones, que tienen todos los funcionarios públicos, a decirme que pase. Lo seguí hasta un ascensor viejo y hermoso, donde le fui contando que mi proyecto de taller literario solo necesita de un espacio cedido por la Municipalidad y su apoyo en la difusión, porque lo estoy realizando en diferentes centros culturales simultáneamente. “Los trabajadores de la municipalidad son muy celosos, debes tener mucho cuidado”, me dijo y después de unos minutos sabría a qué se debían sus advertencias. Mientras tanto su silencio me recordó que la transparencia municipal es de una oscuridad kafkiana aterradora.

Apenas llegamos me invitó amablemente a que me siente. Un señor obeso en el buró de su lado no respondió mi buenos días y siguió “trabajando” como si estuviese comiendo un sánguche en una cabina de internet. Habían otros dos escritorios que en total hacían cuatro, pero esos otros dos estaban desocupados. Así que me pidió mi proyecto y lo leyó en silencio.

Después de unos minutos, me dijo que le parecía interesante y que si pensaba cobrar por mi taller. Le respondí que sí, que en la Casa de la Literatura por ejemplo estaba cobrando 50 soles al mes. Y me miró con la misma risa cínica de todos ahí, del peruano que quiere ayudar entorpeciendo, como la del ignorante al que le preguntas por una calle y te manda a cualquier sitio en vez de decir no sé. Y me dijo que la Municipalidad, por ser una institución que da apoyo y servicio a la comunidad no cobraba por sus actividades, entonces le dije que ese tema lo podíamos tratar mediante donaciones de los participantes pues al fin y al cabo mi interés es también el de brindar un servicio a la comunidad y realizar mi proyecto personal antes que simplemente lucrar con él.

Fue en ese momento que se acomodó en su sillón para reestructurar sus argumentos y yo; viendo que mi mañana se estaba yendo en una reunión con un señor que me había prácticamente citado para decirme que no voy a recibir ningún apoyo, como suele suceder en las instancias administrativas de gobierno; saqué mi cámara y le dije que quería filmar su respuesta a mi pregunta: ¿de qué forma me puede ayudar la Municipalidad de Lima? Luego de decirle que no tenía pensado cobrar nada y él había dicho que la Municipalidad solo ofrece servicios gratuitos de apoyo a la comunidad como el que yo estaba ofreciendo. Pero después de palabrear un sinsentido acerca de que no se puede hacer así nomás, de lo difícil que es presentar y aprobar un proyecto, al ver la cámara se quedó mudo y me comenzó a decir que la apague, que así no trabaja la Municipalidad, que no se pueden filmar las conversaciones que tienen lugar en el local municipal. En ese momento se me ocurrió que el título del cuento debía ser “La transparencia política”. 

Ya sin esperanzas de trabajar con la municipalidad. Apagué la cámara y le pregunté amablemente qué es lo que se puede hacer. Enojado me dijo: no pues, este proyecto no lo puedes presentar así nomás, acá tienes que poner el alcance a quiénes quieres llegar, la cobertura; esto va a necesitar internet, tienes que poner cuánto va a costar llevarlo a cabo, quién te va a financiar, sabes qué, déjame tus papeles y ya nosotros te llamaremos; como si yo hubiese ido ahí a dejarles mi curriculum y fuesen una empresa que puede disponer de mano de obra barata y desechable.


Cogí mis cosas y me fui sin hacer el menor ruido para escribir esta historia, que comparto con ustedes alrededor de la fogata.

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