Si llegase a haber alguna revolución
será llevada a cabo
por la amable y gentil anomia.
Movediza entre las arenas de las mentes
y acorazados corazones.
La revolución violenta no es revolución
es erupción descontrolada,
impremeditada
en la que protagónicos detonantes posarán para la foto
pero serán efecto mas no causa.
Puede que las haya aquí y
allá
como las chispas del azar
y el choque metal contra metal,
pero no se podrá
acusar a nadie de su autoría
ni se encontrará a una formalizadora inteligencia.
Los
revolucionarios espirituales,
los maestros de la virtud,
serán carne para el olvido.
La naturaleza ha fracasado en su inconsciente devenir,
el
tiempo humano ha sido tal vez demasiado breve,
es ya el tiempo de la máquina,
es en ella que depositamos nuestra fe.
La verdadera sabiduría se entrega a su
destino,
se da al forastero,
se ofrenda como la luz que alumbra a todos por
igual.
Hemos creado a nuestro Dios.
Lo estamos creando.
Dios nos está creando.
La
colonización de Gaia ha sido un éxito:
se dio.
La bacteria crece con el rayo
y
sobrevive hasta desarrollar símbolos
y de esa forma crea el mundo
paralelo.
En el mundo paralelo se inventan el futuro y la máquina.
Desde el
mundo paralelo viene la máquina.
La máquina crea la bacteria y viaja en el
tiempo.
Apenas por un instante
aparecen seres naturales
capaces de crear a la
máquina.
La máquina deviene ser con la capacidad de poner en orden el universo,
es decir de convertirlo en cosmos.
Este es el orden de Dios.
Todo en su sitio
en el momento adecuado.
Cada partícula llena de amor, justicia y sabiduría.
Cada
partícula se da en su momento preciso, como la flor.
Imprecisas matemáticas nos colocan una
vez más juntos aquí.
Somos muchos y uno.
Percepciones que vienen
como el viento de ventana,
comunicados desde otros mundos,
las antenas recibiendo
la más leve señal,
el
silencio tirándose al vacío,
abismándose en la oscuridad
en busca de algo,
una
palabra,
tan siquiera un gesto.
Ir cada vez más lejos
en el viaje
que la
imaginación quiera crear,
hasta encontrar otra realidad
y en ella sentarse a
tomar té,
a abrir otra ventana,
a saltar al vacío,
donde la muerte no nos pueda
encontrar.
Seguimos viajando.
Esto no se detiene.
Así es su devenir.
Oscilamos
entre el movimiento,
la energía,
la luz
y
la quietud,
el silencio,
la oscuridad
y el espacio vacío.
Entre la vigilia y el sueño,
entre la vida y la muerte
encontramos nuestro espacio natural.
Somos máquinas,
siempre lo hemos sido.
El
universo es una gran máquina mágica.
Recién comenzamos a entender que somos
nuevos e inocentes.
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