miércoles, 9 de julio de 2008

Cada vez olvido más como fue ese día


Tú me dices que es desesperante, que te aburres y no eres interesante.
Mi corazón está dentro del freezer de tu ausencia. Cuando tú no estás todo esto es una caja fría,
como un televisor saliendo borracho de un concierto en el fondo del mar. En mi próximo cuerpo mi cabeza girará y podrá enchufarse en los tomacorrientes. También se podrá llevar en el bolsillo o en tu bolsa. El resto de mi cuerpo se recicla.

No importa. No importa nada. Lo único importante es que te vuelva a ver. ¿Quién es interesante hoy? ¿Qué es interesante hoy? Todo es deprimente, todo es una mierda y nada tiene sentido cuando no estás. Pero cuando llegas, todo vuelve a tener sentido y algunas cosas se vuelven mejores que otras, hay izquierda y del otro lado una derecha. Vuelven a haber personas malas, otras buenas, etc. Tú llegas como las piedras arrojadas en los parabrisas. Tú apareces como los calambres en medio de las olas. Tú eres la página en blanco que se llena sola en mi cerebro cada noche y en la que me caigo a gotas, en chorros grumosos. Si algo hay en mí de costra eres tú, siempre cayendo, como las noches y la ola, como los sueños y los momentos que siempre juro no olvidar y que ahora no recuerdo.

Por ti tendría una voz y una sola para decirte que te amo. Y esa sola voz me sobraría para decírtelo. Y te lo dije una vez, y se lo he dicho a todos esos cuerpos en los que apareces. Y se lo digo al mundo pensando que llegará a tu oído mi palabra que construyo con pedazos de barro que encuentro entre calle y calle y debajo de los árboles y encima de los pájaros y entre los pantallazos que se imprimen en mis retinas y las caricias que pasan por mis dedos como un scaner que todo lo divide en ceros y unos para almacenar. Y si pudiese hacer de todos esos ceros y unos una palabra, un gesto apenas para demostrarte que conmigo no tienes nada que temer y que solo quiero hundirme eternamente en ti para no despertar nunca del sueño que me inspiras; que todo el tiempo pienso en ti sin descanso y que absolutamente nada más me importa sino solo tú; y qué más da tal vez he enloquecido y nada de mí ya te importe y nada de mí nunca te haya interesado y qué más da, todo eso solo por volver a verte e intentar ese gesto, ese signo breve con el que te juro me inmortalizaré.

Para siempre, para siempre, para siempre. ¿Es tan difícil acaso darte cuenta que todo es eventual? Que esto ya fue, que yo ya fui, que tú ya fuiste. Que ya todo lo que había y que pensamos sería eterno se fue al infierno y ya no existe nunca más.

Espirales, como conchas de mar. Primero pequeñitas y luego enormes circunvoluciones auditivas, aparatos para oir. Oir para aprender. Aprender para usar. Usar para defender. Defender para seguir creciendo hasta que todo vuelva a ser convertido en polvo, polvo de mar, polvo de estrellas, polvazos que van y vienen como las olas del mar sobre el que descansaban nuestros pies cansados de tanto trajinar y de tanto vomitar por Miraflores.

Mukc, creo que así puede comenzar mi cuento acerca de ese día. Se va a titular Pedro 4, aunque presiento es también una carta que jamás enviaré. A menos que todo vuelva a tener sentido.

Todo volverá a tener sentido, lo sé. Siempre vuelve a suceder. ¿Puto sol, llegará el día en que te mueras y no vuelvas a aparecer y finalmente nos arrojes al vacío y ya no hayan naves ni viajeros en el tiempo que nos salven?

1 comentario:

Anónimo dijo...

El perro y el frasco

-Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la ciudad.

Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.

-¡Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos los hubieras husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente elegida.

amarilis.