sábado, 20 de septiembre de 2008

Siempre estuvo ahí al fondo, pero nadie lo escuchó



Tal vez lo único que me guste de estar vivo es sentir esa cosa que agoniza tiernamente en mi interior cada vez que renuncio al deseo de enceguecer y perderme en el mundo del autista irreconocible que podría ser si enterrara todos los futuros. ¿Será lo más dulce esa tristeza añeja, tan longeva que hace del tiempo un pozo, mi pozo: vertical, absurdo, común, tan profundo como la primera vez que nuestra madre se despidió de nosotros para siempre o como cuando se nos pierde el libro que buscábamos en varios sitios sin siquiera haberlo comenzado?

Porque yo no sé si la felicidad es el chirrido tristemente estridente de una guitarra eléctrica acoplada o la pintura de una pared blanqueada por la humedad tirada como planos cascarones rotos en el suelo o la hoja amarilla que entra por la ventana sin avisar, pero que lanza el estertor bajo el pie o las casas viejas, sucias y vacías en las que nos amamos sin habernos conocido, en las que nos besamos sin conocernos y en las que nos despedimos sin jamás haberlas habitado. Ni sé tampoco si es que ya me cansé de estar tan loco o de intentarlo sin resultado. Y es que saltar de meteorito en meteorito resulta a veces tan agotador y sentarse a rezar en espera de colisionar contra el sol tan cansado que la caminata en el desierto se vuelve una vez tras otra el refugio que el tiempo y su ejército de días no puede erosionar porque aquí ya todo está pulverizado.

Yo no sé, algunos pajarracos dicen que la felicidad es una espera, pero yo qué sé, desde que esto se hizo interminable la desesperación de los segundos en las filas me da risa. Cuando espero todo lo que hago es continuar, en donde sea. Aunque los gritos se me salgan y babee dándole mal al acorde, aunque nadie más comprenda que es imposible detenerlo, reacomodarlo, ponerlo bonito, corregir. Esto ya no se puede rehacer. Tu amor nunca más volverá a ser el mismo. Nunca antes habías probado de esta sal.

A veces abro los ojos y no sé quién soy, entonces vuelvo a abrir los ojos y ya no recuerdo que es lo que había estado soñando. El problema es cuando no vuelvo a abrir los ojos después de cada despertar hasta que ya ni sé en dónde estoy ni para qué y solo oigo como un rumor en un idioma extraño el único instante real y surfeo a través suyo tocando con el dedo medio la ola a mi costado recitando en todo su trayecto un poema en dos palabras: “gracias felicidad”.

A veces escucho radio felicidad, para sentir esa felicidad triste a la que me refería al principio, la que siempre alguien nos hace sentir cuando nos trata como a un juguete que se niega a regalar. Cuidado con los sótanos, las cajas de cartón llenas de cosas que se guardan sin saberse para cuándo. A todos nos gustan las vírgenes, todos luchamos contra la virginidad.

Solo a aquellos a los que les gusta cambiar de dirección constantemente van lento y con cuidado, para todos los demás casos sacar el pie del acelerador es una prohibición durante el vuelo.

Madrugada de primavera
Pájaros cantan
Las cortinas danzan

Extraído de: Es más o menos octubre

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