lunes, 23 de febrero de 2009

Los anarkistas veganos son sexys



Por ti me fui al infierno,
por ti regresé aquí.

Por ti quemé cerebro,
por ti me reconstruí.

Por ti me fui al cielo,
por ti salí de ahí.

Por ti fue que nací
pero dónde
estás muriéndote,
abrazada a quién.

Llora como un niño mi corazón en el techo. No me deja dormir.
Le tiro un gato para que lo destroce, le clavo el palito de anticucho.

Anda solo, canta con una guitarra mirando la luna llena en el cielo despejado.
Y se queda ahí la madrugada gritándole a las naves las ganas que tiene de ensangrentarlas,
Que cómo es posible que lo hayan olvidado, siendo él tan puro e inocente.

Entonces con la almohada me cubro las orejas debajo de la cama.
Los techos de los autos están mojados y hay charcos en la pista.
No veo ninguna estrella en ningún lado ni colores ni nada.

Los árboles se balancean como viejitos bailando huarachas.
El viento les mueve el cabello y parecen jipis de los 60’s con bastones y camisas pasteles en cámara lenta.
Entro a una tienda como si hubiese puesto un video en el youtube.
No me importa que sea de noche ni que haya salido en piyama con anteojos oscuros.
En realidad no me importa nada y desearía estar muerto, pero pido un helado.
Comienza a llover y la lluvia derrite mi helado y me moja los pies.
Como la vez que estuve parado encima de un charco
al costado de un congelador
tomando una cerveza,
conversando con un amigo sobre el miedo
mientras a nuestro alrededor
todos esos adolescentes hablaban
y no le importábamos a nadie
y escuchábamos sus voces con un poco de asco
y ganas de estar en una casa
y poner un disco.

Como la vez que este amigo había encerado su cuarto y nos quedamos escuchando a los beach boys.
Todas las fiestas. Todas las calles. Todas las habitaciones. Todo lo que daría por una buena botella de mezcal Los Suicidas y Old panda days repitiéndose unas 30 horas, incluso mientras duermo.

No hay nada como la soledad y no saber a quién amar ni a dónde ir.
Un vaso de limonada helada y saberte exactamente igual al resto.
Y volver a poner la jarra en el refri.

Deberíamos hacer una fiesta potlatch en la que los regalos se los demos a los más tristes y pobres para que se alegren y enriquezcan, al menos por una vez en sus vidas. Me incluyo entre los que necesitan un regalo de vez en cuando, pero sobre todo entre los que andan con el cubo envuelto entre las manos y no saben a quién dárselo por ver a todo el mundo yendo dulaoslanl.

Un japonés muere en la batalla final. Encarna en los andes, vive rodeado de colores fosforescentes. ¡A mí me importan tus horribles despertares! A mí me gustaría estar a tu lado y decirte que todo fue solo un sueño, pero no me dejas. Prefieres seguir muriéndote todos los días. Mis orejas están mutando, mi voz, mis dedos, todo yo, ya no tengo palabras para definir las imágenes que me muestran los espejos que ven mis ojos estrábicos cuando estoy solo en el baño.

Más vale agruparnos para ver la forma de echar en ácido todas las armas, de soltar las espadas de nuestras manos, de arrancarnos del lomo las espinas y ver de qué forma macroglobal nos echamos las redes seductoras, de qué forma nos amamos más, nos deseamos ver con vida más a menudo y no a través de pantallas a siglos de distancia sino de esa forma que ustedes ya saben y que no quiero expresar ni siquiera con metáforas.

Tengo el espíritu de un novelista reprimido. Salgo un día con una flaca a la que le comienzo a explicar el significado del satori y le digo que he leído un libro, el tao te ching e inmediatamente pienso que tal vez le aburran los libros así que le pregunto si la estoy aburriendo. A lo que ella responde que no, que si no ya se hubiese ido. Entonces sigo y le digo que el tao te ching es como la biblia de los taoístas y que son una colección de poemas atribuidos a Lao Tsé, pero cuyo autor es en realidad desconocido. Pude haberle dicho que los estudios de Toshihiko Izutsu ubican el origen de estos textos en costumbres chamánicas de la región Chu en China.

Al final le digo que el satori es una marca de skates.

Chuchina, chuchina, chuchina.

Semiesferas conductoras
pegadas al suelo roto.

Desdibujada y roja.
Flor.

Sentado el iluminado.
Calle abierta, vacía.

Hojas que rebotan.
Gritos en la cocina.

¡Espérame!
No.

El grifo.
Lo más salvaje que he imaginado.

Océano blanco.


Caminaba agitando un llavero pesado y sonoro, moviendo las uñas largas de sus manos como la lengua de un gato sobre la piel de su otra mano. El tintineo en su bolsillo, imagino que de unas monedas, acompañaba su melodiosa voz mientras no dejaba de hablar de las cosas que haremos al llegar. No puedo esperar, le digo mirando a ambos lados. La pista vacía. “Ahí te podrás bañar con agua caliente, podremos preparar unas tazas de chocolate y ver tele”. Suena bien.
Ya mañana habrá tiempo para pensar en algo más. ¿Es acá? No, todavía faltan tres cuadras. Cada vez que alguien pasa por nuestro costado la saluda. Ella levanta la mirada y responde con un vistazo sonriente.
–¿Así que tienes distintas casas?
–Tengo muchos amigos en camino constante, buscando sitios donde dormir. La casa es de quien duerme en ella; yo soy la que lleva las llaves.

No puedo dejar de pensar en estos seres, que han dejado de percibir la realidad a través de sus sentidos y ven el universo con su imaginación sin deseos. Creo que existen, es más creo que me estoy convirtiendo en uno de ellos, pero mal. A mi estilo, a la mala, sin saber cómo, sin maestros ni nadie que me diga cómo hacerlo. Como un ciego vendado que se tropieza con todo naufragando en la desesperación. Agonizando a carcajadas, viendo como se destruyen los átomos a mi alrededor sin que pueda reaccionar. Inhalan y exhalan –tal vez sea lo único que saben hacer– para ver como el fuego lo consume todo para sí, con amorosa brutalidad.

¿Y esto qué es? Y por qué el fuego no se apaga y nos deja en paz a todos, gritan los infinitos cuerpos arrojados al sacrificio, chillan con tantas ganas que desearía estar allá abajo con ellos en la fiesta. Nos estamos muriendo por vivir, mientras nos transformamos en luz y aparecen nuevos mundos a nuestro alrededor. Alelado, el fuego sigue su marcha, encendiendo todo cuerpo seco.

Rodeado de guías invisibles y voces que no puedo controlar, mi vida es una línea recta, caiga hacia donde caiga. Mi universo una esfera, un punto dentro de la línea de todos los presentes a los que a mi conciencia le ha sido permitido el acceso.

No es no.
No me gusta que me esperen pero a veces, te lo juro, no tienes idea de cuánto lo necesito.

Lo único que quiero hacer con mi vida es leer y reller a William Burroughs.
Y luego seguir vomitando.
“Crees ser irónic pero eres estúpid”.
Es un asco W. S. Burroughs.

¿Tú me pides a mí que sea fuerte? Ja.

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