viernes, 13 de marzo de 2009

Algún día seré cada uno de los flaming lips



Los grandes invisibles están entre nosotros, como si fuesen a aparecer de pronto detrás de una puerta en la oscuridad mirando el vacío con grandes ojos estrábicos y un balbuceo en las puntas de sus dedos invisibles. Los padrinos mágicos, los shinigamis, los maestros ascendidos, los surrealistas muertos pasando las páginas como metralla. Se acordará Marita de la vez que le hablé de Hakim Bey y los inmediatistas.

¡Qué asco! En todas partes sentimentalismos supervanos y el triste orgullo de trivialidades como charcos de lluvia ensuciada en las veredas o mocos negros pegados en la palabra cachete. Tristezas alargadas más de la cuenta. Paseos sin pasear. Salí el día que hubo luna llena con la guitarra porque en casa está prohibido hacer bulla a medianoche. Me gustó el único aplauso desde un auto estacionado y las risas. Y el siguiente parque donde me tiré a verla con los cráteres plomos, mi chor, mis medias, mi paranoia y los sentimientos de persecución, como todos los lunes de miércoles. Y otro parque y volver a tocar las mismas canciones que ya nadie quiere tocar conmigo. Cucarachas queriendo trepar por mis pies y una cajetilla de cigarros tirada en el suelo. Columpios vacíos, resbaladeras de plástico, árboles en cuyas copas duermen los lavacarros después de la jornada. ¡Qué asco! No quiero ver a nadie. Aún así los acuerdos son los tratos, y los tratos son tratos, así que mañana vas y haces lo que tienes que hacer.

Nadie recordará al asesino de la historia, nadie recordará al asesino de la literatura, nadie recordará al asesino de la ilusión. Mi proyecto solista iba a llamarse Miguel F, pero nadie recordará a Miguel F.



Cojín, viernesear, dominguear, dormir y soñar que fumo o soñar que cierro la ventana antes de que se metan las nubes nocturnas que no dejan ver nada o soñar que converso con tres personas que me andaban buscando. Ya nada puede sorprenderme. Ojalá tuviese la humildad de las moscas o los perros. No sé por qué el alivio de despertar y encontrar la ventana abierta, morir de frío y no querer salir de la cama por miedo a que los tres me encaren desde afuera al cerrarla, flotando grises, desgreñados, sin piernas y escandalosos como bestias arrojadas a la realidad por Poe.

Envaneciéndose no sé de qué y aburriéndome con sus historias sobre las mismas cosas que desea todo el mundo. Yo mismo en el espejo roto. Ser feliz es estar triste por no viernesear un jueves y no saber si se domingueará el domingo y ya ni querer nada de nada. Tengo 5 lukas, el dvd no funca, la compu está lentaza, la tecla de space se queda presionada y no extraño a nadie. Odio hacer cálculos. Hace meses que no escribo a mano. Creo que ya casi soy un adulto, ojalá mi vida se acabe pronto o tenga un par de hijos siameses que se llamen: Toshiba y Marlboro, que sean la alegría e inspiración del resto de mis días, hasta que conciba a Leona, Sierra Leona Rivera, y encarne en ella.

Aburrimiento, pena, angustia, desesperación, desilusión; suspire y vuelva a empezar.
Diversión, júbilo, serenidad, calma, esperanza; aspire y bote el aire lentamente.

Estos ya no son los noventas.
Sería la voz volver a abrir los ojos e ir al colegio como ayer, aunque dure solo un par de horas. Y estar con los headphones en el laboratorio de inglés esperando el timbre de recreo. Subir las escaleras, entrar en la biblioteca y hundirme en la historia entre mis hombros y ver a las niñas jugar y chillar con cara de alien en el zoo o tirar la mochila debajo de los lockers, no sé por qué hacíamos eso ni cuándo, pero sí que era cosa de todos los días. O tener una lonchera con stickers de los power rangers en cuarto de secundaria o vagar por primaria durante alguna clase de arte, como si fuesen olimpiadas, escapando de los profesores y buscando salones vacíos donde ver televisión. Vender los panes con mermelada y a veces la canchita. O un patio enorme de recreo en el que se superponían tres partidos de fútbol, juegos de chapadas y gente que corría de un lado a otro con una hamburguesa que por un pelotazo mal dado terminaba en el suelo o los porrazos y sangre y un grupo entrando a la enfermería gritando: miss Yolanda, miss Yolanda, se cayó. O las formaciones de los lunes, he ahí el problema. El vómito que hizo vomitar a otros cinco, cantar el himno nacional, el himno del colegio y sentir que me desintegraba bajo el sol o morir de frío en el invierno y la chica más linda del mundo en algún lado entre las mil cabezas uniformadas que estaban parados, casi todos hablando acerca del fin de semana mientras los profesores anotaban los nombres en unas hojas de indisciplina para ir restando puntos en conducta, el terrible tedio. La chompa azul, la insignia del cole, la camisa dentro del pantalón, la escolta con los seis tipos que marchaban y se plantaban al costado del director y su séquito de profesores directivos de no sé qué. Pájaros, a veces habían nubes hermosas, a veces el viento frío que mecía a los pinos me daba ganas de ponerme a llorar, a veces las ganas infinitas de que la señora de la movilidad hubiese olvidado el camino para llegar al colegio o que el último en ser recogido estuviese en el baño y que su mamá nos hiciese esperar veinte minutos para llegar tarde y perder el día de clases era el deseo más grande del día, pero nunca más que la de las ganas de estar ahí junto a los compañeros suspendidos por mentarle la madre desde un carro, fuera de clases a una profesora bizca que enseñaba lenguaje y que se quejó llorando donde el director al día siguiente. O las largas caminatas hacia ningún lado y los primeros cigarros después de las clases extracurriculares de básquet. Sábanas de nuevo, otro día que no es de los noventas.

¡Felizmente!

3 comentarios:

dnwyrd dijo...

nose que carajos acabo de leer, pero creo que me gusto.genialgenialgenialgenialgenial

7am dijo...

El vómito que hizo vomitar a otros cinco.

¡Exacto!

MC Mismado dijo...

carajo!! maldita nostalgia!! No sé si fue la pantalla d porkeria d mi trabajo o si soy un cursi, pero casi lloro.