viernes, 28 de diciembre de 2012

WTR

Como si cada mañana estuviese arruinada ya desde la constelación en la que fue fabricada y en cada filtro por el que pasa lo único que lograse fuese una distracción, como la de la pequeña piedra que rebota una y otra vez contra la pendiente empujada por el viento. Lluvia de arena en el rostro de la mujer araña que años ya dejó de ser niña y mira en el espejo del tocador el fantasma enfermizo que cuelga en la esquina que nunca aspira. Pero sí me esfuerzo y hago lo mejor que puedo con cada instante, aunque no te parezca y te encante quejarte de mi desgarbo y falta de compostura. Lo único que su madre le exigía era elegancia, no grandes caudales, ni elaboradas liturgias ocasionales e inoportunas, ni siquiera el inquietante legado matriarcal de la mirada de soslayo echada por la ventana con dirección a la corneta del heladero amarillo, cual alfajor. La violencia y el estrés de la paloma caída, hormigueo mal conjugado. Desorden de palabras, nuevamente, como un cansancio de oficinista frustrado en los hombros de perro sin dueño en la calle. Cocaína y amputación pituitaria, tren de aliteraciones y Sheldon Cooper, Borges quiere pensar más rápido de lo que puede escribir y no quiere corregir, ni siquiera releer: punk. Clase universitaria de literatura argentina en la que se habla de las enumeraciones caóticas con aburrimiento, como año tras año, sin interrupción de alumno en drogas. Traslación de la tierra fue lo que terminé diciendo cuando de lo único que valía la pena hablar era de permutaciones y conjugaciones. 

Todo está bajo el control de la intrincada red inexplicable que forman todas las cosas mediante el amor, a la que vulgarmente llamamos dios, inconscientemente universo e ineptamente “yo”. Cuando abandoné todo deseo e ilusión y me dejé llevar por la fuerza de succión del libre devenir de los acontecimientos, como la grulla parada en uno de sus palmipodios extendido sobre los incontables guijarros que la apoyan en el mundo y duerme; lo único que me mantuvo con vida fue el sueño, que –testarudo– no me canso de abandonar cada mañana ni cada vez que me percato que estoy también aquí, con ustedes, en la "realidad"; donde estoy absolutamente solo, libre y feliz, como un universo desnudo recién salido de la ducha y que  mucho después se faja la toalla en la cintura, cuando ya es demasiado tarde y todos se han dado cuenta que faltó gritar ¡eureka! y la emoción.

El sueño del lagarto, el sueño del motor, el sueño del fotón perdido entre dendritas con las orejas enceradas cual tripulante de la nave de Ulises. A veces nos da miedo soñar tanto y ya no querer volver al calzoncillo, ni a las dos piernas desemplumadas ni al corazón de cuatro cámaras, ni al naufragio donde a la mente todavía le sigue creciendo la barba enmarañada con hojas y ramitas secas, tierra y telas de araña empapadas de rocío, ni al rostro inflamable ni a la combustión espontánea de comienzos de este universo aún en explosión.
No tengo ganas de nada, qué hermosa niebla, qué hermosa luz vaporosa del sol. 

Uno nunca sabe exactamente cuántos espíritus hay flotando en el parque. Uno nunca sabe exactamente cuántos espíritus hay flotando en un espíritu. 

Uno nunca sabe exactamente de cuánto fuego está hecho el fuego.

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