Primero me imagino a mí como un punto. Luego, otro punto en cualquier sitio del plano dentro del universo que sea aquello en lo que voy a pensar. Trazo la línea, en el mapa, la ruta que conduce a la alegría del futuro.
Pensar es el movimiento de un punto a otro, acompañado de un compás balanceado de caderas y brazos. Así es como pienso, así se mueve mi cerebro cual chimpancé todavía sedado al que le han dejado la jaula abierta, pero todavía no sale.
Por ejemplo, me saqué un moco y tenía un pelo. Así que me puse a pensar que estaba yo mirando mi dedo con un moco y un pelo. Me percaté que seguía escuchando música mientras esto pasaba y sin que me diese cuenta, recordé que esta idea del pensamiento se me ocurrió mientras daba una vuelta en el receso de la clase de Literatura hispanoamericana de la conquista y colonia. Caminaba por el mismo camino en el que imaginé al mundo como un tablero de ajedrez, en el que uno siempre esta yendo de un cuadrante blanco a otro negro y luego nuevamente al blanco si es que desea seguir en movimiento, en este andar intermitente e interminable. Me olvido de todo lo que estaba pensando y vuelvo a ver mi dedo con un moco. Pero es mentira porque mis dedos están tecleando y recuerdo lo que hice con el moco y el pelo: los tire haciendo una pequeña catapulta con mi dedos, que me recuerda otras dos formas que tiene la gente para despegar los mocos de sus dedos: frotando el dedo contra el pulgar hasta que la sustancia cae por su propio peso y la pérdida de su viscosidad; frotando el dedo contra una superficie rugosa y oscura, como debajo de la cama o debajo de las mesas o las sillas o en el lomo de algún perro o loro o caracol o goldfish, para dejarlo ahí pegado hasta su muerte o postrera fosilización.
Pensar es intentar pensar en cosas rugosas donde pegar los mocos que te sacas y terminar imaginando tus dedos acariciando a un pescado dorado en una pecera de aguas verdes. Pensar da asco, es un intento fallido y me recuerda que un amigo me comentó que, a diferencia de lo que dice la estúpida mayoría de gente, él sueña a colores. (No puedo quedarme atrás). Yo también.
o la destrucción de las formas inquebrantables. Sobre cómo tres muchachos decidieron poner un puesto de pop corn en la avenida y de cómo las monjas chinas les preguntaron dónde quedaba el jardín oscuro de Schöenberg, ellos al ver que las uniformadas en el hábito de nuestro Señor Jeremías Equisto no llevaban peniques ni chibilines, las mandaron al desvío sin percatarse que el camino que les señalaron con desidia las llevaría a través del tortuoso sendero de una felicidad infinita.
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