Thom York se pone leeeento. Yo me pongo leeeeeentttttooooo. Mi computadora se pone leeeeennnnnttttttttttaaaaaaaaaaaaaaa. Como cuando ya no hay nada nuevo qué hacer, andas cansado incluso para abrir el refrigerador, nada bueno hay en la tele, todos han salido al supermercado, tus vecinos se fueron de viaje, está oscureciendo y nadie te ha pasado la voz.
Salí a fumar un cigarro al parque. Y en el parque además de temblar en mis sayonaras y short, observé que todos sacan a sus perros en una especie de caminata apresurada en la que el perro de rato en rato quiere correr, le mira la cara al dueño, muerde por ahí una planta, ladra, pero trotando a la misma velocidad que el humanos que se ejercita para estar saludable o tonificar los muslos o delinear la figura o segregar hormonas de la felicidad al cerebro. Una potona lo tenía sin correa, entonces pasó y mordió mi zapato. Pero y también dos señoras caminaban como aquellos que han interiorizado tanto el mundo que no saben nada y son completamente sabios debido a eso. Y sus perros se miraron. Pero ellas, las dos viejas digo, seguían perdidas cada una en su propio carruaje tirado por caballos de arena blanca, inmóviles. Así que los perros se olfateaban el ano, casi sueltos, pekineses chuscos y viejos con los ojos estrábicos y la lengua colgante entre los dientitos chuecos . Y yo me regocijaba en la contemplación de tal maravilla. La noche, la luna, el amor y de nuevo el perro de la culona que quería jugar conmigo.
"Ésta es mi oportunidad de conocerla", me dije. "Coni, Coni, Coni, deja de molestar al señor, ven, vamos a la casa ya". Entonces cogí al labrador tetudo de los mofletes y me tiré al suelo para que me mordiera, el cigarro se escurrió de entre mis dedos, mientras largos hilos de baba se plastificaban como lagunillas en mi ropa impregnándola de olor a chizito y pasto seco se adhería a mi pelo y al del perro. No, no te vayas. Le quise quitar el collar al perro y ponérmelo e ir corriendo, jugando con una botella de plástico entre los mandíbulas y tirarme en sus piernas hasta destrozarle el pantalón del buzo que le apretujaba las piernas. Pero solté sin entender cuando ella me golpeó con la cadena y comenzó a gritar.
Saliendo del parque miré una babosa desintestinada que retozaba alegre y aplastada por una bota en la vereda. ¡Mira, qué bien! este insecto ahora sabe qué se siente ser yo. ¡Toma, jaja gózalo! Prendí otro cigarro, no me imagino el momento en que abra la puerta del refrigerador y saque la leche y coma las galletas una por una. Ya quiero tocar mi guitarra y hacer un montonón de bulla. Ya quiero que amanezca de nuevo y se me pase todo para volver a irme de viaje: porque estoy de vacaciones. Soy feliz, mi cuerpo está completamente irrigado de dopamina.
o la destrucción de las formas inquebrantables. Sobre cómo tres muchachos decidieron poner un puesto de pop corn en la avenida y de cómo las monjas chinas les preguntaron dónde quedaba el jardín oscuro de Schöenberg, ellos al ver que las uniformadas en el hábito de nuestro Señor Jeremías Equisto no llevaban peniques ni chibilines, las mandaron al desvío sin percatarse que el camino que les señalaron con desidia las llevaría a través del tortuoso sendero de una felicidad infinita.
jueves, 20 de julio de 2006
Las aventuras del hombre neurotransmisor presenta: EL PARQUE
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