Hilotes, piñas de puyas solitarias,
burbujas espinozas en el desierto
y en la ciudad una red invisible
de sueños que cruzan las aves
oscuras volando de ventana
en ventana.
En el desierto, el silencio las arruya
y en el barullo, la contaminación nos domina.
¿Así, cómo poder despertar?
Será que habremos de abrir largos los ojos
para vernos.
Una tarde, dame,
para que aparezca en medio de tu cama
destendida y sin zapatos.
Una tarde para no decirnos nada,
para convertir al resto del universo
en cenizas.
En el desierto las plantas existen simples.
Unas lechuzas cavan sus nidos en el cactus.
Las púas se ven agresivas.
Ratones se asoman por agujeros en la tierra.
La luna llena alumbra con un extraño azul.
Insectos y serpientes.
Atravesaría mil desiertos si supiese dónde estás.
Me convertiría en todo para rodearte y tenerte en el centro del corazón.
Estoy perdido en mi habitación solitaria como un desierto.
Las aves pasan. La gente duerme. La gente está despierta y en todos lados.
A veces sueñan y estos sueños como moho,
como una telaraña nos envuelven a todos.
Si no vuelves no volveré a soñar. Enfermaré
y, ¡bah, qué más da! moriré.
Páreme, arrójame una vida.
Ya no encuentro nombre para llamar a este estado.
o la destrucción de las formas inquebrantables. Sobre cómo tres muchachos decidieron poner un puesto de pop corn en la avenida y de cómo las monjas chinas les preguntaron dónde quedaba el jardín oscuro de Schöenberg, ellos al ver que las uniformadas en el hábito de nuestro Señor Jeremías Equisto no llevaban peniques ni chibilines, las mandaron al desvío sin percatarse que el camino que les señalaron con desidia las llevaría a través del tortuoso sendero de una felicidad infinita.
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