jueves, 13 de noviembre de 2008

Improvisación en torno al verde

Laysín, me preguntó que por qué no cuelgo nada. He estado escribiendo en mis cuadernos y estoy pensando en publicar un libro. Además casi no me acerco a la compu. El caso es que le dije que colgaría una historia de amor, pero está tan buena que creo la voy a guardar todavía un tiempo, fácil sale inédita en el libro que contendrá algunas historias de este blog, unos mini-poemarios que hice el 2006, dibujos y los no-cuentos que escribo. A cambio de eso, dejo este último que vomité esta mañana mientras buscaba información para mi tesis.

La primera vez que estuvimos en el mambo eras menor de edad y no me preocupó lo que pudiera pasar. Gritabas y querías que te suelte, pero no podía. Mi cuerpo androide estaba programado para destruirte, aún sin saber exactamente cómo, y te gustó. Pensaste que toda mi vida había sido un entrenamiento para eso, supongo que así fue. Sí, bueno, fue divertido, nos reímos, qué se yo, nos fumamos un pucho y vimos tele, creo que después fuimos a comer una hamburguesa y tomar un jugo de piña y papaya. Ahora que soy un adicto a las vaginas y camino solo por el mundo como un gato rojo salido del infierno en busca de lo absolutamente desconocido: una nueva primera mirada que capte mi atención, un primer guiño cómplice de un alma que me conozca desde hace millones de años, una nueva entrada/salida a universos ignotos e imposibles, olvidados la última vez que sumergí mi mente en el Leteo, ese río negro de adrenalina descerebrante y frío sudor celeste oscuro; ¿qué estará pensando cuando le digo que he venido del espacio para explorar este planeta y a la especie humana y que me parece el ejemplar más bello del género femenino que haya visto nunca? que necesito su piel, recorrerla suavemente y ver cómo se eriza, cómo se le dilatan las pupilas cuando le hablo tan de cerca, como si mi propio cuerpo hiciera magia en el suyo y en el mío y algo invisible se moviese entre nosotros como un pulpo subcutáneo de dolorosos dedos hipodérmicos o peludos marsupiales uno dentro del otro, acariciándose con sus larguísimas cabelleras intrauterinas; justo ahora es que vuelves como la ola espumosa del mar imperturbable o como niebla pero azul, sobre la superficie de ese mismo mar que bosteza en la mañana, o como sombras verdes en el perfil barbudo y entrepierna de los bosques que he visto a ambos lados de la carretera nocturna o como programa familiar de los setentas en rack que puedes reconocer en cualquier lado, incluso cuando estás drogada y frustrada esperando a que alguien traiga la comida, en La Marina o en cualquier sitio sucio donde comes, pagas y te vas. Vuelves, sí, vuelves. Pero no sé quién vuelve ni qué vuelve o para qué. Entonces, ya en casa y sola, escuchas los gritos fantasmales desde el primer piso y por las ventanas que nunca tienen nada interesante que mostrar, desde esas ventanas en las que nunca te asomas (y te asomas en casi todas, para ser sincero), aúllan: busca el verde, el verde sol, el verde campo en el que quieras retozar, lagartija en verde arena modelada por el viento lorquiano, surreal muerto, verde como el arco iris, verde como la luna y como los autos y los curas, los condones y la nada.

Estoy sentado sobre un charco de orines naranjas,
de naciones, negaciones y negociaciones.
No quiero volver a verte.
Eliminación de toxinas también verdes.
He abierto y entraste toda,
pero ahora te tengo que arrojar en el vórtice fecal.

Algo ha quedado, que no eres,
pero fuiste fugazmente.
Algo mantengo,
que me constituye para la posteridad,
hasta la eternidad tal vez:
un brazo, una pierna,
un ojo, una célula madre
que ya encontrará un buen sitio donde alojarse
y crecer como cuerno
o ala.
Naranja golem,
como el color de todo aquello que debe ser olvidado.
Vomito tu olor
y lo dejo atrás.
Río no sé de qué,
las lágrimas no me dejan ver.

Tú también puedes acostarte con todos los tipos que quieras,
pero no los puedes tener a todos dentro todo el tiempo.
Para poder seguir necesitas ir vacía,
¿no, mi amor?
Así que metes todo en la mochila
y no haces caso a mis palabras.
Está bien, nos volveremos a ver cuando el hambre vuelva
y tus compuertas celestiales se abran,
otra vez como siempre
para que aterrice.

Un soldado como yo no quiere
a una madre ni una nave nodriza donde repostar;
una tierra (por la cual seguir luchando) donde crecer y fructificar es suficiente.

A veces, lo sabes y por eso soy tan débil contigo,
caigo herido –terrible;
de una muerte que no llega,
pero pasa como una pluma de metal,
arrastrando carne, corazón, bazo, pulmón izquierdo, mil costillas–.

Me curas,
tan simple, tan tú,
como ponerme la mano encima
y decir las tres o cuatro palabras
que nací por escuchar esta mañana.

Entonces me vuelves a poner la ropa
y me dejas dormir a tu costado.

Vuelvo a ser el mismo, ¿no es desesperante? Esperaba no poder volver a recordar quién fui, qué hice, qué quise hacer, qué pretendía con todo esto. No pude. Los espectadores en su taquilla se ríen de toda esta mierda que me pone furioso. No sabes qué hacer ni cómo tranquilizarme, pero así ha sido nuestra especie desde siempre: organismos como bolsas de tinta de colores, de emociones incontrolables. Bolsas de tinta, como las de los pulpos artistas, que chisgueteamos al mar para desaparecer por detrás, por la puerta falsa corriendo desnudos bajo la luz sonámbula de los faros amarillos porque tu esposo ha llegado a casa del trabajo. Hago el truco de hacerme invisible, duermo. No quiero volver a verte, yo soy el lago naranja sobre el cual estás sentada llorando, toxinas eliminadas por cada una de tus células, filtradas de tu sangre en tus riñones.

Dime no y no me jodas.
No: la primera palabra mágica china.

¿Si nos volvemos a cruzar seremos otros?
No sé qué eres que no puedes,
me controlo para que no me des lástima.

¿Cuándo llegará el claro y limpio azul? Un rostro que no me canse de mirar. Un cuerpo que pueda oír ronronear sin aburrirme, una fuente de inspiración que además de curarme, me convierta en esa especie nueva de seres que arrojan fuego por la boca y pueden ver lo que hay detrás de los espejos (sobre todo eso), que moviendo un solo pie en su danza pasan del cielo blanco al cielo negro sin mojarse y parecen arcos iris con forma humana. Libertad para quitar la vida y para darla. Ni qué decir de los violetas y ultravioletas, solo me queda huir de sus espadas hasta recobrar fuerzas.
La malla de los violetas me salvará de la caída.
Todo el tiempo tejen.
Casi los veo, pero estoy tan sucio.
Casi hablo con ellos, pero quedo tan mudo.
Sí, sí, casi no es suficiente.

Hay una montaña y no puedo volar. Están allá arriba conferenciando y viajando en sus naves sin querer acercarse a decirme cuál es el siguiente paso. Egoístas, les grito y hago puño, pero se ríen. Uno acá muriéndose y ustedes allá rejuveneciendo, comiendo frutas, viendo tele y hablando por teléfono mientras toman un baño de agua caliente. No me entienden y me escupirían si mi voz les fuese audible. Los seres olímpicos gravitan a nuestro alrededor, tan ligeros e imperceptibles.

Hermano, soy un cerdo como tú. Un bruto, un idiota, al igual que tú y cuando tengo miedo no hago ruido. También me río de estupideces y el que está encima mío se burla de mí y a quien está debajo no le doy la mano porque me da asco (sobre todo por sus insolentes no-ganas de pedir ayuda y su ignorante no-darse-cuenta que es una mierda más, más cerdo que un puto cerdo). Nadie sabe porqué existes. Lo he averiguado, nadie da respuesta. Soy un cerdo como tú, hermano, y como tú sería feliz si los violetas me encierran y alimentan al costado de una buena hembra de mi especie en una jaula para que sus niños vean cómo somos y qué hacemos y lo anoten en cuadernos de colores.
Para que vean,
hermano,
lo que en resumidas cuentas
PRETENDE
el ser humano
con su abominable existencia.

–¿Hay algo más qué hacer o decir?
–No amorcito, creo que ya hicimos suficiente.
Pedazos de cerebro en mis cabellos. Un polo blanco: asesíname en letras verdes. Un desierto lleno de israelitas y camellos. Un champignon sobre Hiroshima. Una noche aburrida en un chifa comiendo chaufa vegetariano. Les digo que se callen cuando vemos trainspotting por décima vez y mis amigos se mueven gracioso diciendo que nunca habían estado tan drogados. Les digo que se callen, cuando dicen: “de verdad, nunca tío”. Un altoparlante que miles de judíos escuchan en un campo de concentración nazi. Una página web con tanta pornografía que nunca te puedes masturbar lo suficiente.
–¿Un caramelo?
–Oh sí, de cianuro por favor.
–En un momento lo llamaremos para que recoja su pedido. Gracias (por hacer rico al hijo de puta que controla toda esta cagada).
–Gracias a usted.
El grito y Kafka. Yo qué sé, ya ni sé qué siento. Estoy rodando. En qué nuevo abismo caeré, no lo sé.
Solo sé que adonde voy no se necesitan más tanques de oxígeno, ni cuerpos que arrastrar de un lado a otro ni Dioses a los cuales agradar: tu corazón verde y muerto desde hace tanto que olvidó que todo lo que esperaba era resucitar, yo qué sé para qué, maldita enferma (ya, invéntatelo tú).
–¡Bienvenida amor, buenos días!
–Hola, ¿recuerdas qué hicimos ayer?
–No.
–Yo tampoco, te amo.

Todos los días son hoy,
somos lo que está pasando.
Tan simpáticos.

2 comentarios:

bimembre dijo...

cuando lei esto me acorde de ti: "Me friega que no seas un imbecil. Que conozcas el juego con todas sus trampas y lo sigas. No que te hayas dejado comprar. Los que se venden son mas cinicos y por eso mas trasparentes. Me jode tu complicidad pasiva. Tu dejarte llevar, tu indefinicion. Tus aires se adolescente tardio y aterrado de aceptar que el mundo no es el gran utero de tu madre". Sobretodo lo ultimo. y lo de ahorita ha estado bello, me haces llorar. ahora si, hasta mañana.

Anónimo dijo...

galaxia de gutemberg es bueno que vuelvas de vez en cuando