No hice arte para venderlo como una coca cola, aunque la trilogía coca cola, sprite y fanta sean verdaderas obras de arte. Ahora, tampoco es mi culpa que fulanito o menganita nunca hayan oído absolutamente nada de mí.
Ni me siento culpable ni me interesa en lo más mínimo.
Todo lo que hago, he hecho y haré ha sido para satisfacer mis onanistas necesidades de placer. Por gusto, por weving, porque en realidad quería hacerlo y fue de esa forma y no de otra porque utilicé lo que tenía a la mano para hacerlo. Es innegable que, como los árboles, los imperios y toda empresa que emprende el espíritu humano, el arte en que me he iniciado, crecerá, mejorará, fructificará y se reproducirá o formará nuevas colonias en los cerebros de mis compadres.
Si yo fuese alguien para decir que lo que hago es maravilloso y encomiable pues enhorabuena, es lo que pienso. Si sigo siendo nadie hasta el último de los tiempos, francamente mejor.
No tengo idea de cómo funcione la sociedad ni la nauseabunda industria del arte, en todo caso me considero un marginal, un independiente al igual que la gran mayoría, pero nada de eso va a interrumpirme en mis ganas de pensar, decir y actuar. De coger una guitarra, reunirme con mis amigos una noche, cansados después de trabajar e improvisar una canción que nos emocione o nos haga decir: “vamos por unas chelas, hoy no fue un buen día” y nos sentemos a ver una película o unos videos del youtube y morir de risa.
o la destrucción de las formas inquebrantables. Sobre cómo tres muchachos decidieron poner un puesto de pop corn en la avenida y de cómo las monjas chinas les preguntaron dónde quedaba el jardín oscuro de Schöenberg, ellos al ver que las uniformadas en el hábito de nuestro Señor Jeremías Equisto no llevaban peniques ni chibilines, las mandaron al desvío sin percatarse que el camino que les señalaron con desidia las llevaría a través del tortuoso sendero de una felicidad infinita.
domingo, 20 de junio de 2010
Coca Cola
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