jueves, 7 de junio de 2007

Me rindo, no sé cómo funciona




Todos caemos en este mundo.
Con una máquina sin manual de instruxiones.
Y ahí estamos weviando todo el día
de un lado para otro
paseando al dragón con correa,
algunos idiotas le ponen un chalequito de polar.




Hoy he aprendido que el dragón
solo necesita nuestro cuidado y cariño
para elevarnos a la luna.




Siente cómo sube, desde el sexxxo
siente como sube, mientras vas perdiendo las palabras.

Mientras vas olvidando y el dragón sigue subiendo por toda tu espalda
hasta que clava sus garras en tu cuello y su corazón se une al tuyo.

Siente su aliento en tu garganta, como te llena de un calor
que te hará cantar como nunca cantaste una canción acerca del cielo.

Y cómo sus ojos pasan frente a los tuyos, hasta que puedas ver
estando ciego.

Y luego, y luego,
en éxtasis el dragón
te da su palabra con
un mordisco
jugoso
en el cerebro
y todas esas historias
de santos y vírgenes
en campos verdes
llenos de almas
que nunca tienen hambre
y dónde el tiempo nunca termina de
comenzar,
donde cada paso te conduce a
una nueva habitación
donde experimentar una
nueva sensación
cada vez
más veloz
y más intensa
y más
máaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas
como un orgasmo post mortem
o como si litros de semen salieran de tu cuerpo
y lo recorrieran todo
para dejarte vacío
y completo
y muchísimo más,
pero más intenso
que una película
de dos segundos
con las mejores escenas
de todas tus vidas anteriores.

Así caemos en este mundo:
con una máquina-dragón que nadie sabe cómo funciona
ni para qué sirve,
que todos llaman "yo"
pero nadie sabe porqué.




Si hay alguien a quien tenemos que adorar es a Enrique Congrains Martin.
Ése tío está en las nubes desde hace rato.

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