domingo, 23 de noviembre de 2008

Raymond Queneau o el arte de escoger la otra cosa



Cuando uno escribe hay ideas y palabras que se repiten constantemente. Para no repetirlas uno suele utilizar sinónimos, metáforas, símbolos, metonimias entre otros recursos retóricos para hacer alusión a esa idea o cosa que nos invade, que también puede ser un sentimiento o una pasión.
De esta manera en todo texto aparecen isotopías: conglomerados de palabras o frases distintas que giran en torno a un mismo referente o tema. Así por ejemplo en un mismo texto pueden aparecer semáforos ambiguos, extrañas pelusas, inefables amaneceres y confusos adoquines para crear una isotopía de lo raro. A pesar que la historia narre la caminata de un transeúnte, una mañana cualquiera.

Mis amigos querían ir a tomar en otro sitio. Así que les dije que me esperen que iría a orinar. Entré en el local de al lado, por una puerta semicerrada en la que había un vigilante inútil. Adentro había un hombre enorme con cabeza cónica, pelada y blanca, con dos símbolos rojos y grandes tatuados sobre la oreja, de mirada amenazadora y fiera, pero calma y meditativa a la vez. Sus pupilas eran rojas y sus iris negras, parecían ojos de cuy o de paloma. "Hey tío, ¿por qué tus pupilas son rojas?" Se dilataron tanto al mirarme que por un momento pensé: "ya fui". Entonces comenzó a hablar en ruso y fingí entenderle con naturalidad, incluso con algo de interés. Todos los demás a nuestro alrededor seguían trabajando apurados, aunque contentos, ninguno pasaba los cuarenta años.

-¿Dónde puedo ir a mear? -le pregunté con un grito. Volvió a echarme una mirada feraz y pensé que tal vez había sido un poco vulgar, así que "a orinar, a miccionar", hice la pudorosa aclaración a pesar que nadie más voltió a mirarme. Este tío, con cabeza de bala de cañón, era el único que notaba mi existencia. Era el supervisor, un poco intimidante, había sido un militar o algo así. Me señaló un baño pequeño. Estuve orinando ahí con la puerta abierta, a ver qué pasaba y mi intuición no estaba muy lejana de la realidad: muchas mujeres de todas las tonalidades de piel y curvaturas pasaban en ropas muy ligeras, aunque de oficina por la puerta y por la ventana que tenía al frente encima de la taza del baño. No se me ocurría qué decir, todas llevaban unos sobres manila o folders e iban y venían sin notarme. Pasaron unas cinco chicas, me era difícil llevar la cuenta. Todas tan buenas que por ratos pensaba dejar de orinar y salir de caza una vez más. Pero no podía. Recordaba también que la gente me esperaba allá afuera. También habían hombres con ropa de vestir en computadoras, de hecho tenía uno al frente: era un hombre blanco con anteojos, común y corriente, camisa, corbata, pantalón, zapatos negros, frente a una pantalla de PC entre ambos que no dejaba de mirar perturbadoramente embelesado, motivo por el cual ni se percató de mi curiosidad, bien peinado, etc. Era un simio en una jaula invisible.

Cuando me disponía a subirme la bragueta, una mujer gorda, pero tampoco tan vieja, con un uniforme verde entró con un balde a limpiar el baño. Me vio el pene y sin mediar palabra alguna tiró el balde, el trapeador y me comenzó a masturbar de rodillas. No tenía tiempo para ese tipo de cosas, pero de todas formas me quedé ahí un rato, manoseándola y chekando un poco las formas ocultas y rollizas de su cuerpo. Al cabo de un rato me aburrí y la boté del baño para terminar de arreglarme.
Ya, listo, me miré en el espejo. Busqué en mis bolsillos y no había nada. Busqué en mi entorno y sobre el vano de la ventanita por la que miraba al simio blanco mientras orinaba estaban mis llaves y una billetera, que francamente no recordaba haber sacado esa noche, pero era la misma que siempre había visto en mi cuarto, así que la cogí.

Cuando llegué a casa vi que dentro de la billetera habían dos billetes de cien y varios otros de diez, veinte y cincuenta. Pero además habían unos recortes de revista con zapatos para dama y carteras. Lo entendí todo: la billetera era del tío tranqui que estaba frente a su PC. Había ahorrado para comprarle zapatos y carteras a su esposa por Navidad, incluso tenía los recortes ahí entre los billetes de varios modelos y colores de zapatos de taco y bolsos femeninos. Y yo había hurtado su billetera. Se la devolveré me dije: pero no sé dónde queda el sitio al que entré ayer. Con esto podré vivir un par de meses más y olvidé toda esa historia.

Creo que yo también trabajo sin saberlo para un conehead. Aunque no sé cuál es mi función pertenezco al sistema que ha diseñado para autoabastecerse con nuestros cuerpos/máquinas de producción. Supongo que lograré revelar estos misterios otro día. Hoy no es un buen día para entenderlo todo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

vives en un futuro impudico
y tal vez algun dia logres alcanzar el presente

RR dijo...

.
eres un quemado del cerebro con talento y me enorgullece ser tu amigo .

yo creo que la consonante k es mejor que todas las vocales juntas. esto de irse y venir y dejar desperdigado por el mundo un poco de otros siempre nos vendrá mejor que cualquier otro vicio...

no necesitas nada más que tus propias palabras... tatatattaaaaaaaaaaan

Cauac dijo...

Jeje

Las cosas fluyen y a veces la marea deja conchas en la playa. Quien la ve, decide, no es cuestión de llevarse todas, es cuestión de llevarse la que necesitas en el momento.

El tipo del PC... él conocerá bien su suerte y su kharma.

Un soplido, estertor

anónimo 4 dijo...

Querido anónimo:
Desde mi perspectiva el futuro no existe, tampoco el pasado. Es algo que se viene llamando synchromysticism, bueno búscalo.
Pero veo tu "futuro", ese "que algún día lograrás alcanzar", uno en el que los cuerpos humanos se tiran encima de otros para masturbarlos. Estamos a punto de entrar al reino de la masturbación. El primer reino es rojo, el último violeta. Luego no habrán más cuerpos. La liberación del soma habrá finalizado. Año 2012.