Clase obrera y capital eliminaron juntos las resistencias a la dinámica de la sociedad global: el orden disciplinar, el Estado nacional, el autoritarismo nazi y fascista, el sistema feudal–comunista ruso y chino. Después de haber eliminado todos sus enemigos comunes, el capital acabó por absorber el empuje procedente de los movimientos libertarios y de rechazo del trabajo obrero, se libró de la clase obrera reduciéndola a trabajo asalariado disgregado sin identidad política ni cultural, y disolvió la potencia política obrera en la fractalización del proceso productivo, en la llamada new economy.
Ya no queda otra dinámica que la del capital. Todas las demás fuerzas sociales son reaccionarias, conservadoras o simplemente estáticas. Toda oposición victimista es retrógrada. El planeta físico sigue produciendo conflictos sin generalidad alguna: conflictos tribales, religiosos, raciales y nacionales, carentes de cualquier diseño universal. La única dimensión universal que queda es la de la autorreproducción del capital, indiferente a la suerte de los seres humanos, de la sociedad humana, del propio ser humano. El futuro no necesita ya de seres humanos, como dijo Bill Joy, cofundador y director científico de Sun Microsystems:
En un mercado completamente libre, los robots superiores afectarían desde luego la existencia de los seres humanos (…). Las industrias robóticas competirían ferozmente entre sí por la materia, la energía y el espacio, lo que acabaría por elevar su precio por encima del alcance de los humanos. Incapaces de pagarse lo que necesitan para vivir, los seres humanos biológicos serían expulsados de la existencia.12
En la actualidad ya sucede que para vencer en la competencia económica es necesario ser capaz de reducir al mínimo lo humano que hay en nosotros y potenciar nuestros automatismos agresivos, competitivos y despiadados.
¿Es feliz esta perspectiva? ¿Es feliz para los organismos conscientes y sensibles que pertenecen al género humano? La ideología de la new economy responde, eufórica, que sí. En la voz de los apologistas se nota un exceso de excitación, una especie de histeria que hace dudar de sus declaraciones.
Mi impresión es que los apologistas se parecen a los drogados con anfetaminas; saben que en cualquier momento la ola que les empuja puede derribarlos y arruinarlos, pero saben también que su única esperanza de mantenerse en la ola consiste en seguirla, cueste lo que cueste. Aterrorizados y eufóricos, los apologistas de la new economy saben perfectamente que el ídolo ante el que se inclinan está devastando el medio ambiente planetario y la psique humana. Pero no pueden hacer otra cosa que no sea correr siguiendo la marcha del desastre, confiando en que no se los trague como ya ha hecho con la enorme mayoría de sus semejantes.
La cultura crítica de tradición novecentista y tardosocialista contrapone a esa euforia hipócrita un victimismo que mira hacia el pasado, una defensa de valores y estilos de vida que no existen ya ni volverán.
Para las empresas eso implica que pueden ser desechables: un asentamiento temporal para nómadas que, después, se marcharán al encuentro de otra gente y de nuevos retos. Pues para eso hemos aceptado que casi todo lo que nos rodea sea desechable. Tal vez deberíamos pasar a lo que sir Paul McCartney resumía como «vivir y dejar morir».
Flexibilidad, aleatoriedad y movilidad son rasgos inherentes a un proceso económico fundado sobre elementos compositivos recombinables. Trabajo en la red significa actividad productiva fractal y recombinable. No se trata de una elección malvada de la patronal, sino de una característica esencial del modo de producción recombinante. La rigidez social del trabajo es un elemento de resistencia desesperada a la innovación. «Si el conocimiento es la clave, entonces todos estamos en competencia contra todos. El genio ha salido de la lámpara y es imposible volver a meterlo dentro.»
El genio es la tecnoestructura producida por la inteligencia colectiva que ha acabado por constituirse como sistema de mando sobre la propia inteligencia colectiva. Sólo la propia inteligencia colectiva puede deconstruir su obra, pero para hacerlo tiene que poner en marcha una dinámica conflictual, debe recuperar el sentido de su propia fisicidad, emotividad y humanidad.
o la destrucción de las formas inquebrantables. Sobre cómo tres muchachos decidieron poner un puesto de pop corn en la avenida y de cómo las monjas chinas les preguntaron dónde quedaba el jardín oscuro de Schöenberg, ellos al ver que las uniformadas en el hábito de nuestro Señor Jeremías Equisto no llevaban peniques ni chibilines, las mandaron al desvío sin percatarse que el camino que les señalaron con desidia las llevaría a través del tortuoso sendero de una felicidad infinita.
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