Emerson decía que el ojo no crea a la rosa, y tiene razón, y la tendría más si su perceptiva afirmase que el lienzo y la pintura si crean a la rosa, y que para cuestiones de procedimientos la percepción y la representación son lo mismo.
Las imágenes del recuerdo de la niñez, las imágenes suscitadas por las drogas ––y tal vez las de los sueños–– tienen un horizonte más hondo.
Mejor empezar diciendo que el sueño que tuve la otra noche, en que aparecían entretejidas personas y circunstancias de distintas épocas de mi vida, me demostró que mi vida no es más que esos objetos, o más bien, que eso es todo lo que verdaderamente hay en mi vida, y que los pensamientos y conocimientos que no se proyectan en esos horizontes no existen.
Por otra parte los pensamientos, las imágenes que en ellos discurren, son para el nervio de la existencia sustancias tan emplazadas como los objetos en la naturaleza física de la realidad.
Pero el campo de percepción es uno sólo, es decir, el pensamiento discurre como objeto en el campo de visión que nos brindan nuestros ojos. Más aún, las imágenes que voluntariamente o no reproduzcamos en nuestra mente se sitúan en este campo visual por su impronta emocional, como un sello de agua o un fotograma bastante tenue colocado encima de la “realidad”. En esta coexistencia indubitable el nervio de la existencia discierne sustancias; las sustancias del mundo físico parecen no hacer innecesario este proceso, pues están asentadas bajo la línea del horizonte en el mundo real, en el plano de las cosas, casas, calles y paisajes existente… salvo los aviones.
Las sustancias imaginadas, aunque conocimientos o derivados de esa realidad física no pueden asistir a la gravidez de lo físico, por lo cual les corresponde la consustancialidad con el cielo.
Por lo tanto, abajo el horizonte y el mundo real, existente, que por sentido común se admite de antemano, y arriba quedan las ideas e imágenes, lo indefinido, comunes a la ingravidez del cielo. Estoy hablando de discernimiento o respuestas elementales de la percepción, y no de ideologías o filosofías.
No creo que sea es exagerado agregar que tender a mirar bajo el horizonte, más aún, al suelo, ser cabizbajo, relaciona al individuo con aquello que es definitivo y con un desenvolvimiento seco o casi seco, pesimista, y que quien tiende a mirar al cielo se apresta al ensueño en lo indefinido.
He situado dos áreas, pero naturalmente hay tráfico entre ellas, como los valores emocionales de cada sustancia van cambiando. Todo lo alto se hace espiritual y majestuoso…
Este discernimiento del que he hablado le corresponde a la poesía, que conoce los intersticios del lenguaje, es decir de la representación del mundo; y naturalmente a la sicología.
Nada de lo que ocurra en la caverna de los matraces importa más que alcanzar la satisfacción y el placer sin egoísmo. La poesía puede manifestarse contraproducente, pues profesa la fe de la insatisfacción.
(El fanatismo por la insatisfacción del crimen es arrogante)
Contribución de Sancho.
o la destrucción de las formas inquebrantables. Sobre cómo tres muchachos decidieron poner un puesto de pop corn en la avenida y de cómo las monjas chinas les preguntaron dónde quedaba el jardín oscuro de Schöenberg, ellos al ver que las uniformadas en el hábito de nuestro Señor Jeremías Equisto no llevaban peniques ni chibilines, las mandaron al desvío sin percatarse que el camino que les señalaron con desidia las llevaría a través del tortuoso sendero de una felicidad infinita.
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