miércoles, 9 de enero de 2008

Esporádico = sport addict

Dos brazos, dos piernas.
Cabeza.

Era temprano, es lo único que recuerdo. Han habido tantas cosas en la tele.
No tienes por qué quedarte aquí, puedes irte si quieres.

Nada.

Nada.

Hice mil cosas, como vestirme de la pantera rosa
y rodarme por las escaleras sin soltar el puto ramo de flores.
"Ella usó mi cabeza como un revolver" suena en la radio en mi casa
que no tiene radio.
Tengo ganas de tirarme a llorar, pero eso también ya lo hizo alguien
antes.
Y lo hizo mejor.
"E incendió mi conciencia con..." no recuerdo con qué indendió su conciencia
pero así se siente cuando la verdad... tampoco recuerdo lo que pasa con la verdad
algo de "sometida".

Hay nubes grises en mi mente, huecos de explosiones en el granito. Vacíos.
Despedidas para siempre. Algún día volveré a mi casa, a alguna casa, a encontrar
a la princesa vampira que respira, que... qué más da. La música de radio es lo único
que no ha desaparecido. No puedo recordar qué hice ayer. Ni qué quería hacer mañana.

Quiero seguir olvidando y todo lo que veo es lo mismo, de vez en cuando siento hambre.
Aparece alguien y dice varias cosas. Ya no sé cómo decirle que no sé quién es.
De todas formas se aparece como un chiquillo de ocho años que grita: ¡a ver pégame pues!
¿qué? ¡no te atreves!

Me tiro a dormir. Al día siguiente son las 3 de la tarde y solo he dormido una hora.
Despierto agitado, sin nada qué hacer. No te quiero.

Honestamente no recuerdo como fue tú última sonrisa. Pero desde esa vez no puedo olvidar
poner ningún acento. No sé quién eres ni qué quieres. Lo mejor de todo es que no tiene fin.

A veces despierto y hago un recuento de las partes de mi cuerpo,
-una breve lista: nariz, mentón, diez dedos en la mano izquierda; nada demasiado complicado-
para saber quién soy y dónde estoy. Qué estúpida esperanza la de no poder hacerlo.
La de despertar en un sueño
con un nuevo cuerpo, de apéndices huidizos e incontables o habiendo muerto inesperadamente
como tantos otros dignos de envidia que vagan entre el vacío y las pesadas cargas que sus
corazones quieren llevar consigo. A dónde quieres que te lleve hoy, pregunta la voz.
A ningún sitio aquí estoy bien, le respondo como callándola. Te puedo decir todo lo que deseas saber,
persiste en su afán por llamar mi atención. Nada me interesa. Tío, eres un muerto, un zombie.
¿Tú qué sabes? Luego escucho las risas de mujeres gordas y despeinadas, como ratas dándose un banquete
en las tuberías del desagüe, intensas dentaduras retorcidas, brillante caspa e inmundicia bajo sus uñas.
No puedo soportar su risa más. Volteo y nuevamente el tipo cubierto de un extraño hollín en todo el cuerpo
y una mirada biliosa y rojiza, imperturbable y burlona, totalmente fuera de este mundo me recuerda que es
imposible salir de aquí. Qué espere la llegada de esos asesinos que la humanidad ha estado esperando
eternamente. Para que nos expulsen con su beso de estas fosas.

El otro sol se apaga y queda el de siempre
brillando sobre las capotas de los autos y los gritos de la gente
o sus pasos apurados.
Subo al puente y desde ahí puedo ver la enormidad de la bestia.
Sí, soy arrogante ¿y qué?
Los dos reímos.
Bajo y en casa, donde ya nadie me espera y donde sorprendo desagradablemente cada día con mi retorno,
veo más tele.



Suena el timbre. Ve a ver quién es. Mamá, es un señor que quiere tomar té. Dile que pase, muéstrale dónde está el azúcar,
que se lo sirva, que estoy ocupada.

Mamá, dice el señor que gracias. Ha dejado sus biscotelas, ¿puedo comer una?

Me llevé la guitarra, pero dejé el xilófono.
Alguien se quedó con mi puesto.
Tomé un asiento, seguía tibio.
Sé que extraño a alguien, pero no recuerdo a quién ni por qué.
I keep forgetting
the smell of the warm summer air.
Otra vez ha hablado alguien que ¿no soy yo?

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