jueves, 6 de marzo de 2008

Por la ventana que da al este puedes observar como el sol amanece cada mañana. Al norte, por donde entra el viento frío de la montaña debajo de la puerta, está la estrella de la noche. Si sabes eso, sabrás a dónde caminar al despertar.

A algunos los grillos no los dejan dormir, para otros son un arrullo.

No.
No leas.
No pienses.
Siéntate y no.
Hasta que ella, como la ola de mar,
te moje los pies.

No.
No como el mar,
ni como el viento,
ni siquiera como la vida, el destino o la casualidad,
nada de eso.
Siéntate y no.
Apaga todas las luces, acalla todos los ruidos y las voces.
No es el silencio, ni el vacío,
no es lo que has estado pensando ni deseando
no es perfecta ni se acomoda a tu gusto.

Siéntate y cuando quieras pensar en algo
que te distraiga
piensa que es insoportable y no lo es,
piensa que podrías ni siquiera estar pensando en esto
ni siquiera estarlo leyendo y está ahí
queriendo que transites
que te vayas
que te muevas
que sigas
hacia donde tú quieras porque ya se ha hecho una contigo.

Mientras las vestiduras son rasgadas.
La luna refleja su indiferente desnudez
sobre el charco, el lago y el océano.
Cada uno tan imperturbable como el otro.
Cada uno con un tiempo de vida distinto.
Cada uno evaporándose, volviendo a ella sin haber salido nunca.

Al frente tuyo hay dos opciones imposibles.
De las que solo puedes escoger una.
Ella es ese no que has estado entrenando,
para cuando tengas que elegir entre un sí y otro.
Ella es la única opción que queda cuando ya todo lo demás refleja su rostro.

Yo quería saber cómo funcionaba el universo y quería saber qué hacía acá tan perdido. Ahora ya sólo quiero que el querer no se apague nunca.

Extraido de: Es más o menos octubre