Podría producirse una mutación del ser humano que suprimiese toda emotividad propiamente humana y nos pusiera en condiciones de actuar como auténticos agentes económicos, o como autómatas capaces de eliminar sin titubear a los débiles. Pero también es posible que esa mutación no se produzca y, entonces, la acumulación de sufrimiento, estrés, violencia sufrida y violencia ejercida se volvería tan insoportable que produciría una especie de hundimiento emocional generalizado.
La gran compasión no es un deber ético como creen las religiones sacrificiales. La compasión es el compartir perceptivo del sufrimiento de los demás porque los demás son continuación de nuestro cuerpo y de nuestro inconsciente. La compasión es el modo de ser natural del organismo sensible, porque la sensibilidad significa precisamente continuidad sensual entre los diez mil seres. La ausencia de compasión tan evidente en la ciudad de la modernidad tardía no es una culpa moral, es una enfermedad psíquica. No somos ya capaces de reconocer el cuerpo del otro como coextensivo al nuestro, porque ya no sabemos sentir nuestro cuerpo.
La mediatización del sufrimiento, la proliferación de violencia y de muerte que golpea la percepción cotidiana está produciendo un efecto de pánico y, al mismo tiempo, de habituación de la percepción colectiva. La violencia, el dolor y la muerte han sido siempre una realidad de la existencia humana, en toda sociedad y en toda época. Pero sólo alcanzaban a la conciencia humana en los casos excepcionales en los que golpeaban a una persona o su entorno de vida cotidiana, y llevaban toda el dramatismo de la experiencia vivida en la propia piel o en la de los seres queridos. La mediatización genera una sobrecarga de la experiencia extrema, le quita dramatismo y la banaliza, y banaliza así el propio cuerpo del otro.
La mente contemporánea, expuesta a las temperaturas semióticas de la infosfera electrónica, parece entrar en un universo fantasmagórico que en la lengua del hinduismo sapiencial podemos llamar maya. Se trata de un maya tecnológico, de una especie de tecnomaya hecho de ilusiones absolutamente reales: reales en el imaginario de la economía, en el inconsciente, pero también en la guerra entre los pueblos.
En el pensamiento hinduista, que filtra refinándose el pensamiento mahaiano, el mayor logro es liberarse del maya, pasar a la comprensión de la vacuidad, que hace posible la moksha o liberación del carácter cíclico de la existencia —samsara. En el torbellino del tecnomaya se abre la perspectiva de la comprensión del vacío. La comprensión del vacío, la plena comprensión de la condición de la Vacuidad, es el nivel más elevado del conocimiento budista —Bardo Thodol. Una condición mental de ligereza y disponibilidad, la ausencia de miedo y agresividad. Propongo que veamos estos dos modos de la mente, gran compasión y comprensión del vacío como horizontes de la época global.
La gran compasión es muy dolorosa si no se acompaña de la comprensión del vacío. Y la comprensión del vacío es puro cinismo si no se acompaña de la gran compasión.
o la destrucción de las formas inquebrantables. Sobre cómo tres muchachos decidieron poner un puesto de pop corn en la avenida y de cómo las monjas chinas les preguntaron dónde quedaba el jardín oscuro de Schöenberg, ellos al ver que las uniformadas en el hábito de nuestro Señor Jeremías Equisto no llevaban peniques ni chibilines, las mandaron al desvío sin percatarse que el camino que les señalaron con desidia las llevaría a través del tortuoso sendero de una felicidad infinita.
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1 comentario:
Esa mutación ya existe, son los nuevos niños psicópatas que están naciendo, sé de uno de 5 años que con una almohada ahogó a su hermanito recién nacido.
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