Al final el único imperio
que vence
es el de la muerte.
Pero hay santos que nunca abandonan
a sus células,
mueren,
pero las dejan llenas de vida,
de luz.
Sus cuerpos eternamente dormidos
se tornan artefactos de la magia que respiraron.
o la destrucción de las formas inquebrantables. Sobre cómo tres muchachos decidieron poner un puesto de pop corn en la avenida y de cómo las monjas chinas les preguntaron dónde quedaba el jardín oscuro de Schöenberg, ellos al ver que las uniformadas en el hábito de nuestro Señor Jeremías Equisto no llevaban peniques ni chibilines, las mandaron al desvío sin percatarse que el camino que les señalaron con desidia las llevaría a través del tortuoso sendero de una felicidad infinita.
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